Por Juan Pablo Catalán, académico de la Facultad de Educación y Ciencias Sociales UNAB.
En Chile, la ausencia persistente de niñas, niños y jóvenes en las aulas es una herida abierta desde la pandemia. No es solo un dato: es una historia de aprendizaje interrumpida, un vínculo roto, una oportunidad que se desvanece. En 2023, un tercio del alumnado presentó inasistencia grave —más del 15 % de días perdidos— y más de 50 mil estudiantes se desvincularon del sistema escolar (Mineduc, 2024). La Agencia de la Calidad (2024) advierte que estas ausencias impactan de forma acumulativa en los aprendizajes y profundizan las desigualdades.
La OCDE (2024) señala que el ausentismo crónico es uno de los factores más determinantes en la brecha de resultados. La UNESCO (2023) y la OEI (2024) coinciden: asistir de forma continua es condición para el aprendizaje de calidad y la equidad. La escuela es mucho más que un espacio de contenidos; es un lugar vivo donde se construye ciudadanía, se convive y se aprenden competencias para la vida (Freire, 1997).
En este contexto, el Ministerio de Educación y el Banco Interamericano de Desarrollo han lanzado Chile Presente, herramienta digital que permite anticipar riesgos y actuar a tiempo para resguardar asistencia, permanencia y revinculación. Sin embargo, ninguna tecnología, por avanzada que sea, puede reemplazar el compromiso humano. El círculo virtuoso que menciona el ministro solo se completará si las familias asumen que la asistencia diaria es tan vital como la alimentación o el afecto.
Aquí el rol de directores y docentes es crucial. No basta con registrar ausencias: es necesario gestionar actividades que formen y sensibilicen a las familias sobre la importancia de enviar a sus hijos a clases. Las escuelas de padres y reuniones de apoderados no deben ser meros trámites, sino instancias atractivas y formadoras, donde se entreguen herramientas para apoyar el aprendizaje en casa y se fortalezca el compromiso con la trayectoria escolar.
Cada día sin clases es un día sin comunidad, sin oportunidad de aprender del otro. Y cada día en la escuela es un paso hacia un futuro más justo. Chile Presente puede ser la brújula que oriente este camino, pero su éxito dependerá de un pacto cultural: Estado, escuelas y familias trabajando juntos para que ningún niño quede fuera de la experiencia irrepetible de aprender junto a otros.
La pregunta es inevitable: ¿haremos de la asistencia escolar una prioridad real o seguiremos normalizando la ausencia como si fuera inevitable? El futuro no espera. Y cada día que pasa sin que un niño cruce la puerta de su escuela es un día que no volverá.
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