Hasta qué etapa de su vida se les puede hablar con lenguaje infantil o pronunciación infantilizada o cuáles son las señales que nos muestran que algo no está bien. Fonoaudióloga entrega las claves para un adecuado desarrollo comunicativo en niños.
El entusiasmo por estimular el lenguaje infantil puede transformarse, sin intención, en un obstáculo para el desarrollo comunicativo de los niños. Los errores son múltiples y frecuentes y entre ellos, uno de los más habituales es presionar, más que acompañar.
La fonoaudióloga y académica de la Universidad Andrés Bello, Lorena Luna, describe uno de los comportamientos más comunes, el exceso de preguntas directas. Interrogaciones continuas como “¿qué es esto?” o “¿de qué color es?” saturan al niño y pueden generar ansiedad. Luna señala que este enfoque “bloquea la comunicación espontánea” y que resulta más adecuado describir el entorno e integrar al niño en un diálogo natural.
Otro error frecuente es responder por ellos o completar sus frases antes de que logren expresarse. “Al anticiparnos, les negamos la oportunidad de encontrar sus propias palabras”, explica. Recomienda ofrecer alternativas y, sobre todo, darles tiempo real para responder, evitando cualquier gesto de impaciencia. También subraya la importancia de cuidar el nivel lingüístico: hablarles de forma demasiado compleja puede dificultar la comprensión, mientras que un lenguaje excesivamente infantilizado tampoco resulta beneficioso.
La corrección constante de la pronunciación es otro punto sensible. Forzar a un niño a repetir una palabra “hasta que la diga bien” puede volverse perjudicial. “La corrección directa y permanente es contraproducente; genera frustración e inseguridad”, afirma la especialista. En su lugar, recomienda estrategias como el modelado y la expansión. Si el niño dice “quiero auga”, la respuesta adecuada es ofrecer de vuelta la frase correcta dentro de un contexto comunicativo: “¡Ah, quieres agua!”. Esta práctica, explica Luna, permite que el niño incorpore el modelo correcto sin sentirse juzgado.
El uso prolongado del llamado “baby talk” o “habla maternal” es útil y natural durante los primeros meses de vida, ya que capta la atención del bebé por su entonación exagerada y pausada, pero también puede impactar el desarrollo lingüístico. Mantenerlo más allá de los dos años presenta riesgos. “A los 24 meses los niños viven una verdadera explosión de vocabulario y necesitan modelos lingüísticos claros”, señala Luna. El uso persistente de diminutivos, palabras deformadas o pronunciaciones infantilizadas los priva del patrón maduro que necesitan para avanzar.
Comparar el desarrollo del lenguaje entre hermanos es otra práctica dañina que, aunque común, puede tener efectos profundos. En el niño con un posible rezago lingüístico puede aparecer frustración, ansiedad y evitación de la comunicación. En tanto, en el hermano con mayor desarrollo verbal, se instala una exigencia innecesaria y una rivalidad poco saludable.
Cuándo preocuparse
Respecto a las señales de alerta que justifican una evaluación fonoaudiológica, la especialista recuerda que existen hitos del desarrollo que permiten orientar a las familias. Un niño que al cumplir un año no balbucea, no utiliza gestos, no responde a su nombre o no busca la mirada del adulto requiere atención. Lo mismo ocurre si entre los 12 y 18 meses no ha pronunciado su primera palabra con significado. Entre los 18 y 24 meses, un vocabulario menor a 20–50 palabras o dificultades para comprender órdenes sencillas indican la presencia de un “hablante tardío”, situación que requiere intervención profesional o la ausencia de combinaciones de dos palabras a partir de los 24 meses.
A los tres años, el lenguaje debería ser comprensible para personas fuera del círculo familiar. Cuando sigue siendo mayoritariamente ininteligible, o el niño construye frases muy breves y muestra frustración al no poder expresarse, la evaluación se vuelve necesaria. A los cuatro años, las dificultades significativas de articulación o el uso de estructuras gramaticales demasiado simples también son motivo de consulta. Además, enfatiza que cualquier retroceso en habilidades ya adquiridas o la falta de intención comunicativa, a cualquier edad, son señales que no deben ser ignoradas.
La académica recomienda limitar el uso de pantallas, un factor que describe como un “estímulo pasivo negativo”. “El lenguaje se desarrolla en la interacción real, en el juego, en el cara a cara y en la necesidad de comunicar deseos y emociones”, sostiene. Detalla que la detección temprana y la intervención oportuna permiten un pronóstico mucho más favorable, potenciando la comunicación del niño y previniendo futuras dificultades sociales y de aprendizaje.
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