Académica carrera Psicología U. Andrés Bello, sede Viña del Mar
En los últimos tiempos se ha instalado en nuestra sociedad una sensación indiscutible de vulnerabilidad frente a un contexto violento que involucra acciones tales como portonazos, asaltos, encerronas, turbazos, entre otros. Debido a lo anterior, ya no es posible salir de noche sin sentir temor frente a un posible asalto, incluyendo secuestros, teniendo estos últimos una alta tasa de impacto en distintos países de Latinoamérica. Ciertamente, esta lamentable realidad que nos acecha a diario instala una desconfianza social que erosiona los vínculos con las personas y espacios que habitamos.
Si nos centramos en el miedo, desde las perspectivas psiquiátrica y psicológica, sabemos que esta aprensión y angustia activa nuestros sistemas de alarmas para activar respuestas de huida, defensa o lucha en caso de ser necesario. El contexto violento en el cual vivimos activa la hipervigilancia, lo que incide en el sueño reparador, en el estado de ánimo, favoreciendo la aparición de síntomas concretos como la ansiedad e, incluso, sentimientos depresivos en caso de haber sufrido algún evento agresivo.
Desde el punto de vista social, vivir con miedo ante una sociedad en la que habita la violencia como parte de ella por medio de actos específicos como los ya mencionados, reduce la calidad de los vínculos con las amistades, acota nuestros trayectos en distancia y tiempo, empobrece nuestra vida en comunidad, debido a la inseguridad inherente ante las hostilidades.
Como tercer aspecto, cabe mencionar que el exceso de información que entregan los medios de comunicación social en los cuales hay una hiperexposición a noticias policiales con imágenes y acciones impactantes, también incrementa la sensación de riesgo y de vulnerabilidad.
Considerando los aspectos desarrollados, las personas se agrupan para defenderse; los vecinos acuerdan protocolos simples como es el caso de la iluminación, los timbres solidarios, verificación de datos, wasap para levantar alertas, etc., con la finalidad de sentirse acompañado por estas medidas de protección entendiendo que el grupo puede hacer más que un individuo que requiere de consistente ayuda.
¿Debemos renunciar a nuestros espacios de bienestar como es el caso de los encuentros con los demás, hacer deporte, asistir a eventos culturales, ir a trabajar, a estudiar, jugar en las plazas, caminar libremente por las calles? ¿Qué podemos hacer sin caer en la negación de lo que está sucediendo y tampoco en la paranoia ante posibles daños?
En la medida en que podemos habitar los espacios comunes, recuperaremos nuestra salud mental; mientras no tengamos espacios seguros, será necesario desarrollar la prudencia, la planificación de rutas, acompañarse, conocer a nuestros vecinos, colaborar con las medidas de seguridad; este sentido de coproducción de la seguridad nos ayudará a construir comunidad. La violencia acarrea impacto subjetivo que no debemos minimizar y menos ignorar, porque es responsabilidad de todos construir y reconstruir el tejido cotidiano.
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