Niñas que hacen deporte, mujeres que lideran en el futuro

imagePor Frano Giakoni Ramírez, director de la carrera de Entrenador Deportivo UNAB.

Un estudio reciente realizado en el Reino Unido reveló algo tan sorprendente como poderoso: las niñas que practican deporte tienen un 50% más de posibilidades de acceder a un buen empleo en la adultez. Y no se trata solo de una correlación estadística. Según los investigadores, los aprendizajes que surgen de la práctica deportiva (liderazgo, trabajo en equipo, autoconfianza y resiliencia) se traducen, con el tiempo, en competencias que el mercado laboral valora al mismo nivel que un título universitario.

Esa afirmación, que a primera vista puede parecer una exageración, refleja algo que desde las ciencias del deporte hace años sabemos: la práctica deportiva no solo desarrolla el cuerpo, sino también la mente, la identidad y las habilidades sociales. Cada entrenamiento es, en esencia, un proceso de formación integral. Las niñas que participan de deportes organizados aprenden a gestionar el fracaso, a comunicarse, a tomar decisiones y a sostener el esfuerzo en el tiempo. En otras palabras, adquieren herramientas para la vida.

En una sociedad donde aún persisten brechas de género en el acceso a la actividad física, los resultados de este estudio deberían ser un llamado urgente. En Chile, por ejemplo, las cifras del Ministerio del Deporte muestran que las niñas practican un 40% menos deporte que los niños y abandonan la práctica sistemática antes de los 14 años. Esta desigualdad no solo afecta su salud física, sino también su desarrollo personal y sus oportunidades futuras.

La evidencia internacional es contundente: las mujeres que hacen deporte desde temprana edad tienen mayor autoestima, mejores habilidades de liderazgo y una percepción más positiva de su cuerpo. Además, presentan una mayor permanencia en la educación superior y en el mercado laboral. Lo que el deporte enseña como la disciplina, responsabilidad y cooperación, trasciende los límites de la cancha. Es capital social y emocional.

Por eso, el desafío no es solo promover la práctica deportiva en las niñas, sino también cambiar la cultura que muchas veces las aleja de ella. Aún persisten estereotipos que asocian el esfuerzo físico con lo masculino, o que priorizan actividades “femeninas” más pasivas. Pero la ciencia y la experiencia demuestran que una niña que entrena también aprende a liderar, a creer en su capacidad y a desafiar límites.

Invertir en deporte femenino no es solo una cuestión de equidad, es una inversión en desarrollo humano. Cada club, escuela o programa deportivo que abre espacio para niñas está, en realidad, ampliando sus oportunidades futuras, fortaleciendo su autoestima y entregándoles herramientas que el aula por sí sola no puede ofrecer.

Porque el deporte no es solo recreación ni competencia. Es educación. Es formación de carácter. Es una herramienta silenciosa que enseña a ganar con humildad y a perder con dignidad. Si entendemos eso, dejaremos de ver una cancha como un pasatiempo, y empezaremos a verla como lo que realmente es: una extensión de la escuela, un espacio de aprendizaje para la vida.

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