Claudia González, académica Carrera de Pedagogía en Educación Diferencial UDLA Sede Viña del Mar
La Navidad, en su esencia, representa el nacimiento de una promesa de amor que conlleva encuentro, reflexión y generosidad. Sin embargo, en medio de la rutina y efervescencia de los desafíos que trae consigo el fin de año, muchas veces olvidamos la diversidad cultural, religiosa y social de las personas que nos rodean, en los distintos contextos de la vida. Es el tiempo de la “buena nueva”, que nos invita a mostrar nuestra mejor versión, renovar la generosidad y mirar con un enfoque inclusivo, en el que todos se sientan acogidos.
Una Navidad inclusiva no deja a nadie fuera, por el contrario, nos considera a todos desde un enfoque de derecho, abrazando las diferencias e individualidades. Integrar a otros no es sólo una cuestión de justicia, sino también una forma de enriquecer y vivir la experiencia de comunidad. La familia es el primer espacio de acogida y respeto, invitando a compartir con quienes están solos, adaptarse para incluir a todos los miembros o crear tradiciones que refuercen los vínculos.
A nuestro alrededor hay ejemplos inspiradores de iniciativas inclusivas, como cenas abiertas a personas en situación de vulnerabilidad o celebraciones que integran a personas de diferentes realidades. Esta festividad también puede ser un momento para mirar a quienes enfrentan situaciones difíciles, como migrantes, personas en situación de calle o quienes carecen de redes de apoyo, por lo que es muy importante, por ejemplo, proponer regalos que no sólo sean materiales, sino experiencias significativas que fomenten una conexión más profunda entre las personas.
Ser inclusivos en Navidad no es sólo un ideal, es una posibilidad real que comienza con pequeñas acciones; recordemos a ese familiar que no vemos hace tanto tiempo o a esa persona que piensa tan distinto.
Hagamos de esta fecha una oportunidad para unirnos, aprender de nuestras diferencias y celebrar lo que nos conecta como humanidad.
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