Una investigación realizada por Pilar Azócar, antropóloga de la Universidad Austral de Chile, reveló a partir de su experiencia como voluntaria y su trabajo directo con personas en situación de calle durante la pandemia, el enfoque asistencialista predominante en estas intervenciones. Su trabajo aporta una mirada más humana que podría contribuir al diseño de futuras políticas públicas más efectivas y contextualizadas.
Durante los meses más duros de la pandemia, mientras gran parte de la población permanecía resguardada en sus hogares, Pilar Azócar —entonces tesista y hoy antropóloga— comenzó a desempeñarse como monitora social en un albergue municipal de Osorno. Lo que comenzó como una oportunidad laboral, se transformó en el punto de partida para una investigación etnográfica que recoge, con sensibilidad y profundidad, los relatos de personas en situación de calle: una población históricamente invisibilizada tanto en las estadísticas como en el discurso institucional, según la autora.
Respecto a su motivación para desarrollar este estudio, Azócar comenta: “Lo cualitativo me permitió mirar más allá de las cifras y explorar significados, contextos, vínculos… y sentarme a escuchar”.
Uno de los hallazgos más relevantes de su trabajo es el valor de las redes que construyen las personas en situación de calle. “Ellos construyen comunidad. Existe solidaridad, códigos de respeto, vínculos que se sostienen incluso en los entornos más hostiles”, explica.
En el albergue donde se desarrolló su estudio, por ejemplo, observaron dinámicas de cuidado entre jóvenes y personas mayores, relaciones marcadas por lo que algunos autores han denominado la coexistencia entre “el poder de la ambición” y “el poder del corazón”.
En sus reflexiones finales, la investigadora también advierte sobre un vacío institucional y estadístico en torno a esta población. Hasta hace poco, la única fuente oficial eran los registros del Registro Social de Hogares, un sistema voluntario que muchas personas en situación de calle desconocen o directamente desconfían.
“¿Cómo se diseñan políticas públicas si ni siquiera sabemos cuántas personas viven realmente en la calle?”, cuestiona.
Recién en el Censo de 2024 se incorporó por primera vez a esta población, un avance significativo, aunque tardío. En cuanto a los programas gubernamentales, Azócar es crítica: iniciativas como “Vivienda Primero”, “Plan Protege Calle” y “Noche Digna”, aunque bien intencionadas, resultan insuficientes.
“En Chile se reacciona solo en invierno y con recursos centralizados, sin considerar la realidad completa de quienes habitan la calle. Necesitamos dejar atrás el asistencialismo y avanzar hacia un enfoque basado en derechos y autonomía”, sostiene.
¿Cuál es entonces el mensaje central de esta investigación? Que las personas en situación de calle no son casos perdidos, ni cifras en una planilla, sino sujetos sociales, con historias, afectos, estrategias de sobrevivencia y memorias compartidas.
“No podemos seguir siendo observadores pasivos ante su exclusión”, enfatiza Azócar. “Esta tesis es también una invitación a cuestionar lo establecido, a pensar nuevas formas de habitar nuestras ciudades y construir comunidad”, concluye.
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