Más allá de la nostalgia: el valor de la propiedad intelectual de Snoopy

imagePor Agustina Davis Komlos, académica de Derecho U. Andrés Bello.

La reciente adquisición por parte de Sony del control mayoritario de la propiedad intelectual de Peanuts —la histórica franquicia creada por Charles M. Schulz— por cerca de 500 millones de dólares vuelve a situar a la propiedad intelectual en el centro de las decisiones estratégicas de las grandes corporaciones globales. No se trata solo de una operación financiera relevante, sino de una señal clara sobre cómo se construye hoy el valor en la economía creativa.

Peanuts no es un conjunto de personajes entrañables como Snoopy o Charlie Brown. Es una marca con más de setenta años de historia, reconocimiento transversal y una capacidad probada de adaptación a múltiples formatos, públicos y mercados. Por eso, su valor excede con creces el plano cultural y se proyecta como un activo estratégico de largo plazo, capaz de generar ingresos sostenidos a través de licencias, contenidos audiovisuales, merchandising y nuevas plataformas digitales.

En un escenario dominado por plataformas de streaming, franquicias globales y competencia voraz por la atención del consumidor, las empresas compiten por historias, universos narrativos y marcas con identidad propia. Controlar la propiedad intelectual permite decidir su evolución, coherencia y proyección futura.

Este tipo de operaciones también revela una tendencia estructural: la revalorización de contenidos clásicos frente a la volatilidad del consumo contemporáneo. Mientras muchas producciones nacen y desaparecen rápidamente, ciertas marcas logran mantenerse vigentes por décadas y traspasando generaciones. Esa continuidad, explica por qué los activos intangibles de calidad se han convertido en el núcleo de las estrategias corporativas más sofisticadas.

Así, este caso deja en evidencia y nos recuerda que la propiedad intelectual no es un elemento accesorio de un negocio, sino parte de la infraestructura esencial. Protegerla y gestionarla adecuadamente puede marcar la diferencia entre una creación efímera y un activo global trascendental. En una economía creativa pequeña, como la chilena, pareciera que invertir en protección y gestión adecuada de la propiedad intelectual no es un lujo, sino una condición para competir.

Sony no compró personajes animados, compró un lenguaje cultural compartido, una marca emocionalmente consolidada y una plataforma con potencial de expansión futura. En tiempos donde el contenido es poder, la propiedad intelectual es más que nunca el verdadero centro de gravedad de la economía creativa.

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