Tomás Errázuriz, académico del Campus Creativo Universidad Andrés Bello, entrega consejos para repensar el consumo, de cara a fechas de alta demanda, como Navidad y el Black Friday.
Cada 20 de noviembre se conmemora el Día de Usar Menos Cosas, una fecha que invita a reflexionar sobre nuestros hábitos de consumo y la forma en que nos relacionamos con los objetos que nos rodean. En tiempos donde todo parece diseñado para comprar más, el desafío no está en consumir distinto, sino en consumir menos, afirma Tomás Errázuriz, investigador y académico del Campus Creativo de la Universidad Andrés Bello, especialista en cultura material y autor del libro Manual Verde.
Errázuriz propone mirar el consumo desde una dimensión cultural más profunda: “Nuestros ideales de comodidad y la forma en que valoramos el tiempo nos llevan a consumir cosas listas para usar, que exigen poco esfuerzo. Pero también está la necesidad de distinguirnos y pertenecer. Mostrar que tenemos la última versión, aunque el anterior siga funcionando perfectamente”.
El académico plantea que necesitamos pasar de ser consumidores a cuidadores, y que eso parte por un cambio en la mirada cotidiana. “Las cosas —como nosotros— cambian, envejecen y necesitan atención. En la medida en que dejan de cumplir su función inicial, pueden adquirir otras: la polera se convierte en pijama y luego en paño de limpieza”, explica.
Con esa filosofía, propone cinco acciones concretas para usar menos cosas sin renunciar al bienestar.
1. Demora la compra y evita lo impulsivo
El impulso de comprar suele tener más que ver con la ansiedad o la gratificación inmediata que con una necesidad real. Para romper ese ciclo, Errázuriz recomienda darle tiempo a la decisión de compra: “Aumentar el tiempo de búsqueda, comparar, investigar y observar si las necesidades se mantienen en el tiempo. Muchas veces, al cabo de unos días, esa urgencia se disipa”.
También invita a repensar la costumbre de regalar: “Reducir el número y frecuencia de los obsequios puede ser un primer paso para frenar el consumo excesivo. Regalar experiencias, conocimiento o tiempo puede ser mucho más significativo que regalar cosas”.
2. Cuida lo que tienes: los objetos también envejecen
Para el investigador, gran parte del consumo actual responde a una incapacidad para convivir con el desgaste.
“Pareciera que necesitamos que todo luzca como nuevo, sin rastros del paso del tiempo. Pero las cosas envejecen, cambian de color, se marcan, se rayan, y eso también es parte de su historia”.
Convertirse en “cuidador” implica reparar, mantener y acompañar el ciclo vital de los objetos. Es una relación más recíproca: “Los objetos participan de nuestra vida y nosotros de la suya”, dice Errázuriz. Cuidar lo que ya tenemos también es una manera de cuidar los recursos y el planeta.
3. Repara, personaliza y crea vínculos
Reparar no es solo un acto práctico: es una forma de reapropiación y afecto. “Cuando uno interviene algo —una silla, una prenda, un electrodoméstico—, algo de uno queda en lo intervenido. Ese vínculo favorece la durabilidad y nos hace comprender los procesos materiales”, explica.
Intervenir o transformar los objetos también puede ser un acto creativo. En lugar de desechar, se trata de aprovechar la imperfección. Personalizar o modificar lo que ya existe estimula la imaginación y genera satisfacción. “La creatividad y la durabilidad están más relacionadas de lo que pensamos”, afirma.
4. Revaloriza lo usado
Errázuriz advierte que una de las barreras más difíciles de superar es el prejuicio hacia lo viejo o usado. “Para cambiar el valor social de lo usado, debemos procurar que las cosas envejezcan dignamente. Eso implica elegir, en la medida de lo posible, objetos de calidad que permitan un buen envejecimiento y cuidarlos para que conserven su funcionalidad”.
Y agrega: “Es difícil tenerle cariño a un mueble de melamina hinchado por la humedad, pero un mueble de madera que conserva su estructura, ha adquirido una pátina y quizás fue restaurado por uno mismo, genera orgullo”.
Errázuriz propone cambiar incluso el lenguaje: “En vez de hablar de ‘viejo’, podríamos hablar de ‘maduro’, ‘experimentado’ o ‘probado’. Lo usado tiene historia, y eso es un valor en sí mismo”.
5. Comparte lo que no usas
El último consejo es repensar la idea de propiedad. No todo tiene que estar en cada casa. “No todas las familias necesitan tener un taladro o una cortadora de pasto; hay objetos que podrían compartirse entre vecinos o comunidades”, plantea el académico.
El préstamo, el trueque o los bancos de herramientas son prácticas que reducen el consumo y fortalecen los vínculos sociales. Además, ayudan a recuperar una dimensión colectiva del bienestar, donde la cooperación reemplaza la acumulación.
Repensar el bienestar
Para Errázuriz, reducir el consumo no significa vivir con culpa ni privarse de lo necesario. Se trata, más bien, de redefinir qué entendemos por bienestar:
“Si lo concebimos como la satisfacción de deseos individuales orientados a la comodidad o la eficiencia, entonces sí, habría que renunciar al bienestar. Pero si lo entendemos de manera más ecológica y compartida —como una relación equilibrada entre humanos, objetos y ecosistemas—, entonces usar menos cosas no es una renuncia, sino una forma más profunda de vivir bien.”
Créditos
Tomás Errázuriz Infante es académico del Campus Creativo de la Universidad Andrés Bello, investigador en cultura material y autor de Manual Verde (2024). Su trabajo explora la relación entre personas, objetos y sostenibilidad, con énfasis en el diseño y la vida cotidiana.
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