En 1925, en un Chile profundamente desigual, nació la primera Escuela de Servicio Social de América Latina. Ese hito marcó no solo el inicio de una carrera, sino el surgimiento de una forma de mirar y acompañar el mundo desde la justicia, la dignidad y el compromiso con los otros. Cien años después, seguimos preguntándonos por el sentido del Trabajo Social y su lugar en un tiempo donde las desigualdades persisten con nuevos rostros y complejidades.
Celebrar el centenario es reconocer una historia de desafíos y esperanzas. Es pensar qué significa hoy ejercer una profesión nacida para responder al dolor, la pobreza y la exclusión; una profesión que, a pesar de todo, sigue creyendo en la posibilidad de transformar la realidad social desde la acción, el pensamiento crítico y la ética del cuidado.
Cada vez que una o un trabajador social acompaña a una familia en crisis, participa en una mesa intersectorial o denuncia una vulneración de derechos, encarna el sentido profundo de lo que somos, profesionales que no solo gestionan políticas públicas, sino que leen críticamente la realidad y ponen su voz donde muchas veces hay silencio.
En el Chile y la América Latina de hoy, hablar de Trabajo Social es hablar de crisis —ambiental, habitacional, sanitaria, educativa— pero también de resistencias, redes comunitarias y luchas por una vida más justa. La profesión ha aprendido que no hay intervención sin contexto, que la pobreza no es solo carencia material, sino exclusión, discriminación y falta de reconocimiento; que la justicia social exige participación y poder para quienes históricamente han sido silenciados.
La ONU ha destacado que el Trabajo Social es clave para alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible, en especial la erradicación de la pobreza, la igualdad de género, la salud mental y la justicia climática. Nuestra labor adquiere así una dimensión global, no solo porque reparamos daños, sino que también buscamos transformar las estructuras que los producen.
Cumplir cien años no es solo celebrar una trayectoria, sino preguntarnos por el futuro. Tal vez ser trabajador o trabajadora social hoy signifique recuperar lo esencial, que es poner en el centro a las personas, mirar al otro como igual, construir comunidad y mantener la esperanza activa cuando todo parece derrumbarse.
Porque, aunque los tiempos sean inciertos, el Trabajo Social, con su historia, su cuerpo y su memoria, sigue siendo una de las formas más humanas de hacer política y de resistir para transformar.
Dra © Rosa Villarroel Valdés. Directora de Trabajo Social UNAB
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