A una semana de la crisis que provocó la caída del sistema de distribución de energía eléctrica a nivel nacional nos enfrentamos a desafíos individuales y en el plano del bien común.
Entre las diversas fuentes de energía, la electricidad ocupa un papel crucial en los procesos sociales a través de la historia. A principios del siglo XX, esta energía transformó tanto la producción como las formas de convivencia en Europa, Estados Unidos y el resto del mundo. La automatización derivada de la electricidad incrementó la producción y modificó la organización del trabajo. Esto trajo transformaciones radicales en las formas de vida, cambios sociales y también nuevos conflictos.
Tras su ingreso a la producción industrial y al transporte, la electricidad llegó a los hogares, revolucionando las actividades domésticas. Entonces, la electricidad permitió más tiempo para el ocio y la vida social, resultando un agente revolucionario también a ese nivel.
Hoy, la digitalización incrementa aún más la demanda de electricidad, y nuestro futuro parece depender cada vez más de cómo producirla, almacenarla y distribuirla de manera más eficiente y con un menor impacto ambiental.
Sin embargo, la complejidad del fenómeno energético no se nos presenta a simple vista, ya que hemos naturalizado la presencia eléctrica en nuestras rutinas diarias. Entonces cuando el suministro se ve interrumpido, afecta profundamente nuestra sensación de seguridad. Su ausencia nos altera generando incertidumbre incluso en el orden social que, sin esta energía, parece tambalear.
En ese escenario, debemos dimensionar a nivel social, político e individual, cómo la sociedad que construimos no solamente coexiste con la tecnología, sino que es posible por la compleja relación que establecemos con ella.
Patricio Cabello
Académico de la Facultad de Educación y Ciencias Sociales
Universidad Andrés Bello
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