Directora carrera de Obstetricia U. Andrés Bello, sede Viña del Mar
Los hechos ocurridos el pasado viernes 23 de mayo derivados de la actualización de la Norma Técnica N°150, entre el Ministerio de Salud, las matronas y matrones movilizados en todo el país, convocadas por el Colegio de Matronas y Matrones de Chile, dejaron en evidencia una problemática mayor: la escasa valoración que existe en nuestro país sobre la forma en que nacemos. Más allá del revuelo mediático, lo ocurrido el pasado viernes debe leerse como un síntoma de una política pública que, al priorizar la reestructuración administrativa de los hospitales sobre la calidad del nacimiento, termina por invisibilizar la relevancia del modelo de atención centrada en la mujer, la gestación y el parto.
La norma, publicada de manera unilateral y sin participación del principal gremio involucrado, proponía entre otras cosas una redistribución de funciones en los servicios de Obstetricia, Ginecología y Neonatología, lo que en la práctica disminuía la presencia y liderazgo del equipo de matronería en actividades que históricamente han sido propias de su rol, con base en su sólida formación profesional con más de 190 años de tradición universitaria. Esta decisión no solo atentaba contra el trabajo profesional de miles de matronas en todo el país, sino que también desdibujaba décadas de avances en un modelo de atención respetuosa, integral y centrada en la fisiología del nacimiento.
La reacción fue inmediata. Una movilización histórica nacional pacífica, técnica y masiva, logró visibilizar el error de fondo: no se trata únicamente de funciones clínicas, sino del sentido que como sociedad le damos al momento de nacer. ¿Queremos nacimientos protocolizados y estandarizados o partos acompañados, informados, protagonizados por las mujeres y respetados en su esencia?
La posterior rectificación del Ministerio, incluyendo la revisión del documento y la derogación de los puntos más conflictivos, fue un paso necesario, pero tardío. La confianza en los procesos participativos ya había sido dañada. Este episodio es un recordatorio de que ninguna política de salud puede elaborarse sin los actores que están día a día en el territorio, y mucho menos si se pretende avanzar hacia un sistema que cuide de verdad a quienes nacen ya quienes paren.
Todo esto ocurre, además, en un contexto de profunda preocupación demográfica. Con una de las tasas de natalidad más bajas del mundo, Chile se enfrenta al desafío de ser un país en que cada vez menos personas quieren (o pueden) tener hijos. El problema no se resuelve con incentivos económicos aislados ni con discursos tecnocráticos. El respeto por la experiencia de la maternidad, por el nacimiento y por quienes lo acompañan profesionalmente, sí podría marcar una diferencia.
Como director de carrera de Obstetricia, creo que este conflicto ha dejado una lección clara: no se puede avanzar en salud sexual y reproductiva sin las matronas, sin participación efectiva ni sin reconocer que la forma en que nacemos importa, sobre todo en un país que ya no quiere parir.
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