El estigma social y el abandono de los tratamientos son algunas de las barreras críticas que afectan el bienestar de quienes viven con depresión.
Cada 13 de enero, el mundo conmemora el Día Mundial de la Lucha contra la Depresión, una oportunidad para reflexionar sobre una de las enfermedades mentales más prevalentes y debilitantes. En Chile, esta realidad es particularmente alarmante: más del 10% de la población adulta experimentará un episodio depresivo en su vida, según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Sin embargo, el desafío no radica solo en la prevalencia, sino en cómo enfrentamos la depresión, particularmente respecto al tratamiento farmacológico y al impacto del estigma social en quienes buscan ayuda.
El desafío de mantener el tratamiento farmacológico
La depresión no es simplemente «estar triste». Es una enfermedad compleja que afecta tanto el cuerpo como la mente, manifestándose en síntomas como fatiga extrema, alteraciones del sueño, pérdida de interés en actividades y, en casos severos, pensamientos suicidas. En este contexto, el tratamiento farmacológico se presenta como una herramienta crucial para aliviar los síntomas y recuperar la funcionalidad.
Sin embargo, muchos pacientes con depresión abandonan su tratamiento dentro de los primeros tres meses. “Las razones varían: efectos secundarios, la falsa creencia de que los medicamentos “curan” inmediatamente, o la idea de que ya no son necesarios al sentirse mejor. Esta discontinuidad no sólo pone en riesgo la recuperación, sino que también aumenta la probabilidad de recaídas y prolonga el sufrimiento” indica la psicóloga de Susana Romero de Grupo Cetep.
Romper el estigma: pedir ayuda es un acto de valentía, equivalente a “ser el/la fuerte de la familia”
La educación es un pilar fundamental en la lucha contra la depresión, tanto para quienes la padecen como para la sociedad en general. La desinformación representa un obstáculo significativo, ya que puede llevar a muchas personas a no buscar ayuda profesional o a abandonar prematuramente su tratamiento. Este desconocimiento perpetúa mitos y dificulta el acceso a un manejo adecuado de la enfermedad, lo que incrementa el riesgo de recaídas y prolonga el sufrimiento de los pacientes. Mitos que en la práctica clínica se materializan en frases como “no quiero que sepan lo mal que estoy, yo siempre he sido el/la fuerte de la familia”.
En Chile, el estigma sigue siendo un obstáculo significativo. “Muchos chilenos creen que quienes consultan a profesionales de salud mental son débiles o incapaces de manejar sus problemas. Esta percepción errónea perpetúa el silencio, la vergüenza y el aislamiento de quienes necesitan apoyo”, señala Susana Romero de Grupo Cetep.
Por ello, resulta esencial que los esfuerzos de sensibilización promuevan una comprensión clara sobre la eficacia de los tratamientos farmacológicos y el papel complementario de la psicoterapia. Además, es importante destacar las alternativas de apoyo comunitario que pueden facilitar el proceso de recuperación. Una sociedad informada no solo ayuda a reducir el estigma asociado a la salud mental, sino que también crea un entorno más comprensivo y solidario para quienes enfrentan esta enfermedad.
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