El tartamudeo no es causado por nervios o por “mala enseñanza”, sino que tiene una base biológica y hereditaria. “Esto significa que algunas personas nacen con una mayor predisposición, especialmente si hay antecedentes familiares, explica la Fonoaudióloga, Especialista en Lenguaje y comunicación infantojuvenil de la Universidad Andrés Bello, Victoria Aguilar.
La especialista explica que, entre los 2 y 5 años, existen episodios de disfluencia que resultan normales dentro del desarrollo del lenguaje, sin embargo, en algunos casos de niños y niñas que pudiesen presentar una predisposición genética a la tartamudez, esto se podría perpetuar según la respuesta ambiental a la falta de fluidez del niño. En general, se sugiere dar tiempo de respuesta, no completar sus frases, poner atención a la idea y no a la forma en que se está articulando. Ello, con el fin de que el tartamudeo pueda cronificarse por ansiedad o miedo a hablar en ciertos casos.
La académica señala que existen tratamientos muy eficaces que ayudan a mejorar la fluidez del habla. En los niños pequeños, se trabaja junto a los padres para reforzar los momentos de habla fluida y reducir la presión al hablar. En los jóvenes y adultos, se combinan ejercicios para controlar el ritmo del habla, técnicas para reducir la tensión al hablar y estrategias para manejar la ansiedad o el miedo que puede generar la tartamudez. Estos métodos han demostrado mejoras notables en la comunicación y la confianza.
El impacto de la tartamudez en la vida de las personas es alto. Puede afectar la seguridad y la participación social, evitando hablar en público o en clases por temor a ser interrumpidas o juzgadas. “Esto puede generar ansiedad, frustración o aislamiento, especialmente cuando no se recibe apoyo adecuado”, detalla la fonoaudióloga. En el trabajo o los estudios, puede limitar oportunidades si los demás no comprenden que el tartamudeo no refleja falta de capacidad intelectual o profesional.
De ahí entonces, enfatiza la académica UNAB, la relevancia de un tratamiento temprano y continuo. “Cuando la intervención comienza a tiempo, especialmente en la infancia, los resultados suelen ser muy positivos. Muchos niños logran hablar con mayor fluidez y ganan confianza al comunicarse. En adultos, aunque el tartamudeo no siempre desaparece por completo, el tratamiento permite reducir su frecuencia, mejorar la calidad de vida y eliminar el miedo a hablar”. La constancia y el apoyo del entorno son claves para mantener los avances, asegura.
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