La curiosidad como semilla para formar ingenieras

School girls working on circuit board of small robot, building robotic car in after-school robotics club. Children learning robotics in Elementary school. Girls in science.Lilian San Martín Medina

Directora de Gestión de Operaciones Académicas

Facultad de Ingeniería UNAB

En Chile, solo el 21% de los matriculados en carreras de Ingeniería son mujeres. Esto quiere decir que, a nivel nacional, aproximadamente uno de cada cinco estudiantes de ingeniería es mujer, según datos del Ministerio de Educación. La cifra no sorprende porque sabemos que, desde pequeñas, muchas niñas son guiadas —a veces sin que nadie lo note— hacia ciertos caminos y alejadas de otros. Pero hay algo más fuerte que cualquier cuota o discurso bienintencionado: la curiosidad. Esa chispa que nace sola, que no se puede forzar, pero sí acompañar, cuidar y hacer crecer.

La curiosidad es el primer motor del aprendizaje, pero no nace en un laboratorio ni en una clase magistral. Surge en el juego, en la libertad de preguntar sin miedo a equivocarse, en la posibilidad de desarmar juguetes para ver cómo funcionan. Sin embargo, a las niñas se les regalan muñecas que hablan, pero no kits de robótica; se las elogia por su cuidado, pero rara vez por su inventiva. No es casualidad que, a los 15 años, muchos ya hayan internalizado que la tecnología o las matemáticas “no son para ellas”.

El problema no es la falta de capacidad, sino de oportunidades tempranas. Estudios internacionales muestran que, hasta los 6 años, niños y niñas muestran el mismo interés por la ciencia. La brecha se abre después, cuando los estereotipos se vuelven más evidentes. En Chile, donde la educación pública sigue siendo profundamente desigual, el acceso a herramientas que fomentan el pensamiento crítico y la experimentación es aún más limitada para las niñas de entornos vulnerables.

¿Cómo cambiar esto? No basta con invitar a unas pocas a charlas motivacionales. Hay que integrar el enfoque de matemáticas y tecnología en la educación inicial: jugar con imanes para entender fuerzas, usar bloques para aprender estructuras, programar cuentos en lugar de solo leerlos. Las escuelas deben dejar de tratar la ciencia como un territorio hostil y abstracto y conectarla con la vida cotidiana. Y, sobre todo, hay que normalizar que las niñas ocupen espacios de creación, no solo de consumo tecnológico.

Pero esto no es solo tarea de las aulas. Las familias tienen un papel clave: regalarles rompecabezas en vez de peines, animarlas a construir en lugar de solo admirar lo construido. Y la industria debe dejar de ser cómplice: si las mujeres brillan en ingeniería o física, pero no aparecen en los medios ni como referentes, el mensaje es claro: “esto no es lo tuyo”.

Desde la Universidad Andrés Bello, y especialmente desde su Facultad de Ingeniería, se ha comenzado a romper este molde. A través de iniciativas de vinculación con el medio y admisión realizando talleres con colegios y liceos, programas de formación para estudiantes, mentorías con académicas e investigadoras, y espacios donde se visibilizan referentes femeninos en tecnología, la UNAB ha apostado por encender esa chispa desde temprano. Porque si la curiosidad se cultiva, lo importante es que cada niña encuentre un lugar donde su curiosidad pueda echar raíces, crecer con libertad y florecer sin miedo.

Chile necesita más mujeres en Ingeniería no para cumplir una cuota de género, sino porque no puede permitirse perder talento. Y el talento no se descubre a los 18 años, cuando ya está moldeado por prejuicios. Se siembra en la infancia, con curiosidad, con preguntas sin respuesta y con la certeza de que ningún juguete, ninguna carrera, ningún sueño, tiene género.

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