Director Programa de Pedagogía en Educación Media
Universidad Andrés Bello
Desde el retorno a la presencialidad postpandemia, hemos sido testigos constantes de situaciones críticas de convivencia al interior de las comunidades escolares. Las que en los casos más trágicos han terminado, lastimosamente, en la muerte de estudiantes o docentes.
Sin duda la pandemia nos cambió, pero sus efectos se suman a escenarios que generan un estrés social pocas veces visto en la historia de la humanidad, como la incertidumbre, el cumplimiento de múltiples expectativas y sobre todo el rol de las redes sociales en la vida de cada uno de nosotros. Estos factores, sin duda, contribuyen a estados emocionales y sociales más complejos que los vividos hace apenas cinco años atrás, donde la agresividad no era tan manifiesta.
Y eso hace que nos estemos preguntando, sobre ¿qué está pasando?, pues se ha generado una oleada de hechos violentos que trascienden, pero que también involucran, a la escuela, por lo que no podemos restarla de la ecuación y necesitamos pensarla, discutirla, pero, fundamentalmente, dialogarla.
Desde hace más de dos décadas en Chile se optó por el modelo OCDE de profesionalización docente, desde donde se han discutido parámetros, estándares, requisitos de ingreso y perfiles de egreso. Aun así ha costado modificar la cultura rígida del currículo escolar, cuestión que ha tardado décadas en actualizarse y ponerse al alero de los desafíos que enfrenta el sistema educativo en la actualidad, lo que está profundamente relacionado a los problemas de agobio docente, puesto que, en vez de avanzar hacia caminos pedagógicos más comprensivos y de diálogo se ha profundizado la lógica de la rendición de cuentas y del rendimiento escolar. En otras palabras, en medir resultados viendo qué tan lejos están los estudiantes de un tipo de establecimiento de los de otro tipo. Y ese modelo no ha sabido dar una respuesta a la tensión a la que lo somete la sociedad actual, porque ya no se trata de un conocimiento teórico específico en que se aprenda tal o cual fórmula sino de aprender a relacionarnos y poner en diálogo cualquiera sea el conocimiento o ciencia en comunión y consenso.
En el fondo, estamos intentando dar una respuesta institucional y formativa a una sociedad que demanda otras competencias, y eso genera un agobio en los y las docentes, que no se sienten preparados para enfrentar las situaciones que viven a diario en las escuelas, y de parte de estudiantes y apoderados, una agresividad social como respuesta a las tensiones institucionales que genera tal o cual desafío. En términos más sencillos, estamos configurando una pedagogía de expectativas institucionales versus una necesidad más básica como es el diálogo de realidades, donde la diversidad, inclusión y la colaboración se relevan como una necesidad elemental.
De ahí que, nuestra observación al debate actual y las situaciones que venimos conociendo hace un par de años, es que se necesita más diálogo, más lógicas de consenso y sobre todo mayor comprensión frente a situaciones complejas, lo cual aplica desde las formas en que se discuten las leyes hasta las maneras de resolver diferencias y conflictos en la escuela.
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