Moverse puede ser una forma de sanar. Así lo demuestra el informe Mental Health in Motion, elaborado por UK Active, que reveló que el 72% de las personas con problemas de salud mental afirma que la actividad física les ayuda a mantenerse bien, aunque apenas el 16% logra cumplir con las recomendaciones semanales de ejercicio.
El estudio, realizado entre enero de 2024 y julio de 2025 con más de 14 mil personas, muestra un patrón evidente: quienes se mantienen activos por más tiempo presentan menos síntomas y menor prevalencia de trastornos mentales. Entre quienes llevaban entre tres y seis meses de afiliación a un gimnasio, un 21% declaró tener algún problema de salud mental, mientras que entre quienes llevaban más de tres años esa cifra se redujo al 13%. La constancia, más que la intensidad, parece ser el verdadero motor del bienestar.
Los resultados entregan además información valiosa sobre hábitos y percepciones. Una de cada siete personas (14%) declaró vivir con algún trastorno mental, siendo la Generación Z (jóvenes nacidos entre 1997 y 2009) la que más lo reconoce, con un 21%. Entre las actividades más practicadas por quienes enfrentan problemas de salud mental, la natación destaca como la preferida: un 35% la realiza al menos una vez al mes, y una de cada cuatro personas (25%) lo hace dos o más veces mensualmente.
Otro dato revelador es que el 40% de las personas con trastornos mentales preferiría recibir apoyo o tratamiento para un problema de salud menor en un gimnasio o centro deportivo antes que en un hospital, lo que refleja una tendencia creciente: muchas personas asocian los espacios de ejercicio con bienestar y contención, no solo con rendimiento físico.
Estos hallazgos confirman algo que las ciencias del deporte y la psicología deportiva vienen señalando hace años: el ejercicio no es solo una herramienta para mejorar la salud física, sino también un factor protector clave para la mente y las emociones. No reemplaza la terapia psicológica ni el acompañamiento médico, pero los potencia, los sostiene en el tiempo y les da eficacia. Moverse genera endorfinas, regula la ansiedad, mejora la concentración y, sobre todo, devuelve a las personas el sentido de control y autonomía que muchas veces pierden frente a la enfermedad.
En Chile, donde los problemas de salud mental han aumentado y los sistemas de atención siguen sobrecargados, esta evidencia debería ser un llamado urgente. La actividad física no puede seguir considerándose un complemento: debe integrarse como parte del tratamiento y la prevención. Promover espacios seguros y accesibles para moverse en colegios, centros deportivos, empresas o municipios, no es un lujo, sino una inversión en salud pública.
Cuando comprendamos que cuerpo y mente no funcionan por separado, dejaremos de ver el ejercicio como una tarea estética o recreativa. Moverse puede ser una forma de tratamiento, de recuperación y de reconexión personal. En un país donde la salud mental se ha convertido en un desafío estructural, quizás sea hora de entender que, a veces, el primer paso para sanar empieza, literalmente, con un paso.
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