De acuerdo a las experiencias que han logrado impacto positivo, los énfasis van mucho más allá de las sanciones y requieren una intervención en los entornos, con un enfoque preventivo y centrado en el bienestar emocional de niños, niñas y adolescentes.
Las crisis de convivencia -de hecho- no se originan exclusivamente en las aulas, sino que reflejan una complejidad mucho mayor. Para Teresa Bustos, psicóloga del Centro de Familia y Comunidad de la Universidad Tecnológica Metropolitana (Cefacom UTEM), en las raíces del problema se encuentran familias en tensión, comunidades fragmentadas y una salud mental cada vez más frágil, especialmente tras la pandemia.
“En nuestro país atravesamos una preocupante ola de violencia que afecta a todos los ámbitos de la vida ya toda la sociedad. Al mismo tiempo, la salud comunitaria y familiar enfrenta una situación cada vez más compleja”, sostiene el especialista, agregando que, por estas razones, las escuelas enfrentan un entorno emocional mucho más demandante en la actualidad.
Factor pandemia
La pandemia dejó secuelas profundas en los estudiantes, quienes fueron de los más afectados por el aislamiento, las muertes, la incertidumbre y la pérdida de referentes, comenta Bustos, agregando que en los años posteriores ha costado un esfuerzo mayor que niños y jóvenes vuelvan a socializar, a reconocerse como pares ya compartir en ambientes más sanos.
“Además, dentro de los hogares han surgido situaciones que antes se veían con menor frecuencia: aumento del maltrato, dificultades para manejar el estrés cotidiano, inseguridad emocional y una marcada tendencia al individualismo y la superficialidad en los vínculos”, detalla.
El maltrato no solo tiene que ver con golpes, sino que también con falta de reconocimiento al interior del hogar: muchos niños, niñas y jóvenes no se sienten valorados, escuchados, amados, considerados en sus opiniones y en su sentir al interior de sus familias, lo que les genera problemas para relacionarse que luego se evidencian en otros aspectos de sus vidas, explica la psicóloga.
Acompañamiento continuo
De esta forma, se ha conjugado un panorama complejo y multifactorial que exige abordarlo desde el bienestar emocional personal, familiar y comunitario, propiciando un ambiente educativo que ofrezca contención emocional, abra espacios de escucha activa y fomente relaciones sanas.
“Es fundamental contar con más profesionales capacitados para trabajar directamente con las comunidades, tanto dentro como fuera del aula”, señala la experta. Agrega que la intervención debe ser cercana, basada en el respeto, la integración y el acompañamiento continuo, ya que la violencia no se erradica de un día para otro: requiere tiempo, compromiso y trabajo sostenido con niños, niñas, adolescentes y sus entornos.
La prevención de la violencia escolar no puede centrarse sólo en medidas reactivas. Es clave promover habilidades socioemocionales, fortalecer el vínculo con las familias y crear espacios reales de participación. “Sensibilizar a toda la comunidad educativa y generar instancias de encuentro -como reuniones y mesas de trabajo- es indispensable. Aunque cueste organizarse, hay que tomarse el tiempo. Prevenir siempre es posible”, enfatiza la psicóloga del Cefacom UTEM.
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