Eduardo Schindler – Founder & CEO 2thePoint
En Suiza hay 4 sesiones de referendos al año. En cada ocasión la gente vota SI o NO a la entrada en vigor de algunos temas promulgados por las autoridades. El 8 de febrero hubo la primera sesión del 2025. Y las 125 personas que forman el parlamento de Zürich (la comuna más grande del país) se lo van a recordar por un buen tiempo: el 54% de la gente votó que NO a un generoso aumento de sueldo que se habían auto-otorgado hace unos meses atrás con un voto 88 a favor y 33 en contra. Cabe notar que la compensación actual equivale sólo al 15% de un sueldo a tiempo completo, que el último aumento fue hace 27 años, y que si ganaba el SI, el gasto total de la comuna subía de un irrisorio 0.0002%.
Este parlamento se reúne una vez por semana y por 3 horas, esto es: es un cargo a tiempo parcial, y por ello todos sus 125 miembros deben tener un trabajo en paralelo para mantener su estilo de vida. Esta es también la realidad del 99% de las 22.000 personas elegidas para cargos en el poder ejecutivo y legislativo a nivel nacional, en cada una de las 26 regiones y de las 2.170 comunas. La carga de trabajo de estos puestos varían entre un 10% para aquellos de nivel municipal y hasta un 50% para los 246 miembros del parlamento nacional – los que se reúnen sólo 4 veces por años y por un período de 3 semanas en cada ocasión.
Ergo: en Suiza nadie puede vivir de y para la política. Y con ello el país evita los peores y muy nocivos efectos causados por los políticos profesionales que dominan en las democracias representativas. Y en vez de caer en el caos, la nación funciona de maravilla, con los impuestos más bajos y los servicios públicos más altos del mundo. A modo de ejemplo, mientras en Suiza las autoridades promulgan el 90% de los temas procesados en la agenda política, en USA esta cifra es de sólo el 7% – en tanto que el otro 93% es “aire caliente” que sirve para justificar un parlamento profesional de 535 miembros a tiempo completo (cada uno de los cuales tiene un equipo de apoyo de unas 15 personas a su entera disposición). Por ello, el NO de Zürich es un rechazo muy saludable de la ciudadanía al intento de profesionalizar la política por parte de aquellos interesados en tener que trabajar menos y politizar más.
Pero hay más. Por simple que parezca, este voto de Zürich es un ejemplo (entre miles) que revela algunos de los aspectos esenciales de la manera ejemplar con que funciona el sistema político y el Estado en Suiza.
Para empezar, la democracia directa permite que la gente se concentre en cambiar “las cosas” en vez de las autoridades para mejorar lo que no está bien. En particular, gracias al derecho al referendo facultativo, la gente puede detener y derogar cualquier tipo de abuso que la clase política se auto-conceda (como en Zürich), y también toda “mala” decisión promulgada por las autoridades. Y lo puede hacer (i) en forma directa, inmediata y puntual respecto al tema específico que desea derogar, y (ii) sin necesidad de cuestionar otros temas ni tampoco a las autoridades.
Cuanta diferencia respecto a las democracias representativas en que, como en Chile, cambiar “las cosas” es un proceso indirecto, demoroso, ineficaz e incierto, a saber: hay que esperar años para cambiar a las autoridades, y no hay garantía de que los elegidos cambien lo que se quiere modificar. El resultado es que: mientras en Suiza no se acumulan temas pendientes, hay pocos grupos que quieren cambiar algo, se cambia una cosa a la vez, y una después de otra; en otras naciones hay una gran confusión entre una maraña de temas pendientes y el griterío de docenas de grupos que quieren cambiar tantas cosas, y todas al mismo tiempo. Las autoridades y los temas a cambiar son diferentes de país en país, pero el desencanto, frustración e impotencia que padecen millones de personas respecto al sistema político y una clase política abusiva es común a todas las naciones en que la gente no tiene el derecho a referendar. En los 5 continentes, en sociedades ricas y pobres, y tanto de izquierda como de derecha.
En segundo lugar, dado que tener un cargo en el poder ejecutivo y legislativo en Suiza no trae fama, ni gloría y todavía menos riqueza, se obtiene el objetivo que las personas que se presentan para ser elegidas lo hacen por una verdadera vocación de servicio público. Además, con unos 22.000 cargos a ser asignados y una carga de trabajo a tiempo parcial, se abre la puerta a que personas incluso de formación muy simple y que no pertenecen a un partido sean elegidas a ocupar cargos de responsabilidad en el manejo del proceso político, en la asignación de recursos públicos, y en la gestión del Estado.
Cuanta diferencia respecto a las naciones en que, como en Chile, se forma una clase de políticos profesionales que aprenden a vivir de y para la política. Son personas que pasan la vida saltando de una posición a la otra, se convierten en parásitos del sistema, instrumentalizan sus cargos para promover ideologías en vez de dar solución a los problemas de la gente, promueven un Estado que no deja de agrandarse, inventan trabas y actividades innecesarias para justificar una ocupación a tiempo completo (sobre-regulación, permisología, etc.), no pierden oportunidad para crear cargos e instalar amigos y correligionarios, etc.
En tercer lugar, gracias a la combinación entre la inexistencia de políticos profesionales y el que la gente disponga de un instrumento de control (referendo facultativo) para el buen uso de fondos públicos, en Suiza no existen los graves casos de corrupción, malversación de fondos, fraudes, sobornos, financiamiento ilícito de partidos, etc. que aquejan a tantas naciones. Gracias a ello, los pocos casos que hay se descubren muy rápido, son cifras menores y no quedan impunes. Puede que no todas las autoridades sean angelitos inocentes, pero dado que todos los gastos públicos están bajo el escrutinio permanente de la ciudadanía, los elegidos deben comportarse como tales.
Y Chile, ¿dónde está?
El país tiene una larga lista de casos con uso ilegal de fondos públicos y/o privados por parte de algunas autoridades y miembros de la clase política. Cambian los gobiernos, se crean instituciones y reglas de probidad, pero los casos no disminuyen. Por el contrario. Es muy inquietante leer que hay casi 200 municipios que están siendo investigados por la Contraloría. Basta preguntarse: ¿hubiese existido el Caso Convenios si la función de control en el uso de fondos estaba en manos de la ciudadanía local en vez de una autoridad amiga, distante, ausente o distraída en la capital?
Poner fin a conductas ilícitas es un imperativo fundamental para el futuro de Chile. Autoridades que controlan autoridades no funciona, el cambiarlas tampoco, y el auto-control todavía menos. Más recursos a la Contraloría no es la solución. Lo que falta para poner fin a este flagelo en forma eficaz e irreversible es un instrumento de control en manos de la gente. La solución existe y está al alcance: implementar el derecho a referendar (ver: www.swiss-democracy.ch). Ya ahora.
Suiza utiliza la democracia directa junto con la representativa. Y basta referendar menos del 2% de los miles de actos preparados y promulgados por las autoridades para lograr que el otro 98% sean de tan buena calidad para que entren en vigor sin ser objetados por la gente. En realidad basta tener el derecho a referendar, y se logra que los mecanismos de democracia representativa (y las personas elegidas) funcionen verdaderamente al servicio de la gente en vez de ser instrumentalizados por la clase política para perseguir intereses mezquinos y solapados. De esta manera, la nación Helvética vive libre de los graves daños financieros y morales causados por los abusos de una clase política que, como en Chile, todavía opera al amparo de los poderosos efectos disuasivos, preventivos y correctivos del referendo facultativo.
Existe el refrán que mientras en el resto del mundo la gente va a votar para que las cosas cambien, en Suiza votan (como en Zürich) para que se queden como están. Una paradoja que refleja el nivel inigualado de libertad, seguridad y prosperidad ya alcanzado gracias a la democracia directa. No hay por dónde perderse.
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