Por Frano Giakoni, director de la carrera de Entrenador Deportivo de la UNAB.
Hasta hace no mucho, Lucas Assadi era un nombre en la banca. Un joven talento de Universidad de Chile que parecía congelado en un eterno “casi”, entrando tarde en los partidos, lejos de cumplir las expectativas que lo rodeaban desde las divisiones menores. Hoy, es el “10” del momento, figura desequilibrante en cada partido y autor del gol que le dio el triunfo a la U ante Independiente por la Copa Sudamericana. El cambio ha sido tan abrupto como evidente. Y es, quizás, el mejor ejemplo reciente de lo impredecible que puede ser el rendimiento deportivo.
Hay algo fascinante en estos giros. No es el primero ni será el último: historias como la de Assadi se repiten en cada disciplina. Deportistas que se apagan sin explicación aparente y que, con la misma velocidad, resurgen para instalarse entre los mejores. El rendimiento, a diferencia de lo que sugiere su nombre, no es una constante: es un proceso biológico, psicológico y social en permanente transformación.
En el caso de Assadi, hay al menos tres factores que vale la pena considerar. El primero es la confianza. En declaraciones recientes, el propio jugador reconoció que no se sentía bien consigo mismo. Le costaba entrar en ritmo, dudaba en decisiones clave y cargaba con el peso de las expectativas. Hasta que algo hizo clic: un par de partidos, una posición distinta en la cancha y, sobre todo, un entorno que comenzó a confiar en él. El resultado está a la vista.
El segundo factor es el acompañamiento profesional. Assadi mencionó el rol de una figura clave en su entorno, alguien que lo ayudó a reenfocar su energía y mejorar su preparación. No dio nombres, pero lo llamó “un gran profesional” que “ha sido importante y me ha ayudado mucho”. En la era del alto rendimiento, ese tipo de apoyo no siempre es visible, pero marca la diferencia. El deporte moderno ya no se trata solo de piernas rápidas o pulmones amplios: se trata de equilibrio mental, orientación táctica, comprensión emocional. Se trata de entorno.
Y el tercer elemento, aunque a menudo minimizado, es el sistema. Los clubes y las instituciones tienen una responsabilidad enorme en el desarrollo (o el estancamiento) de sus talentos. Cuando el sistema acoge, contiene y proyecta, el talento florece. Cuando presiona, descarta o se impacienta, lo sofoca. Lo que hizo Universidad de Chile al darle continuidad a Assadi, al permitirle equivocarse, ganar minutos y protagonismo, no es un gesto menor. Es una lección.
Este fenómeno trasciende el fútbol. En todas las disciplinas vemos ejemplos similares: atletas que pasan del olvido al podio, de la frustración al aplauso, muchas veces sin que las capacidades físicas hayan cambiado demasiado. Lo que cambia, sobre todo, es el contexto. Lo que cambia es la narrativa que se construye en torno al deportista.
Tal vez, en tiempos de métricas, algoritmos y planificaciones al milímetro, el caso Assadi nos recuerda que el rendimiento sigue siendo humano. Y como todo lo humano, está lleno de variables que no caben en una planilla Excel. A veces, para que alguien rinda, basta con que le permitan ser.
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