Daniela Toro, sicóloga del Centro Clínico del Ánimo y la Ansiedad
El bullying es un fenómeno que va más allá de las simples bromas o conflictos al tratarse de interacciones que producen sufrimiento y pueden dañar de manera significativa la salud mental y aunque está muy asociado a la época escolar, no se limita sólo a los colegios. Es un problema transversal, que puede ocurrir en cualquier etapa de la vida.
Ser víctima genera vergüenza y dolor tendiendo la persona a vivirlo de manera aislada y solitariamente. Esto hace más complicado identificar cuando alguien está sufriendo bullying y dificulta poder brindar el apoyo necesario a tiempo, agravando así, el impacto del acoso.
El bullying es un problema sistémico, que refleja como la sociedad resuelve sus diferencias. Los niños guían su comportamiento a través de los modelos sociales en los que se desenvuelven, donde en ocasiones los padres o tutores no pudieron ayudarlos a gestionar adecuadamente sus emociones y la comunidad transmite, en ocasiones, mensajes que incentivan “la ley del más fuerte” o el uso de la agresión como una forma legítima de solucionar un problema.
Las personas que ejercen bullying también son víctimas y sufren daños emocionales, presentan dificultades en la resolución de conflictos y no poseen estrategias para enfrentarse a los problemas. Se debe hacer énfasis en que la persona que agrede también está transitando un proceso destructivo tanto hacia otros como hacia si mismo. Son personas que están reproduciendo esos comportamientos hacia aquellos a quienes ven más indefensos.
Ambos participantes deben ser vistos como víctimas de un sistema en donde el acto de agredir se traduce en un daño emocional propio, al ser individuos, que no están gestionando bien las emociones con las concomitantes consecuencias emocionales como la culpa, la identificación con la agresión como un medio legítimo, la carencia de herramientas adecuadas de interacción y la imposibilidad de construir vínculos sanos.
Lo esencial es ofrecer a las víctimas un espacio donde se sientan validadas, respaldadas y comprendidas a través de medidas como intervención escolar o laboral, apoyo psicológico y canales de comunicación efectivos donde puedan compartir sus sentimientos y necesidades. Además, actuar a tiempo ante el victimario y entregarle herramientas y orientación para frenar a tiempo su comportamiento agresivo.
La educación, especialmente dirigida a los más pequeños, es clave. Se debe transmitir el mensaje de que el bullying no es aceptable en ningún ámbito, junto con inculcar la empatía, el respeto y la tolerancia hacia la diversidad.
Cambiar patrones de conducta violenta es posible, por lo que no hay que olvidar que el victimario también es una víctima de un entorno que avala la violencia o que no entrega las herramientas necesarias por lo cual también debe ser incluido en la ayuda e intervención.
El objetivo es aproximarse a la generación de una sociedad que valore el bienestar de todos, y donde la salud mental sea protegida a través de la existencia y valoración de una sana convivencia.
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