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La “economía naranja”: un cambio de paradigma que mueve la aguja en la actividad local

Tomás Albagly

Director sede Región de Valparaíso Instituto Profesional ARCOS

La creación de riqueza a partir de la propiedad intelectual como “materia prima” es una tendencia que va al alza y ya es conocida como “economía creativa” o “economía naranja”. Aquí el negocio está en las ideas y su desarrollo, con la propiedad intelectual como elemento fundamental. Si en el 2016 esta industria representaba el 4% del PIB en América Latina, en Chile llegaba al 2% de este registro.

Por ingresos, las empresas relacionadas a la “economía naranja” en el mundo, según el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), representaban hasta 2015 US$2,25 billones.

En este espacio creativo y productivo las industrias creativas y culturales se relacionan con las ideas vinculadas a las artes, el turismo, la publicidad, el desarrollo de software y los servicios de tecnología de la información, entre otros. Se trata de un vasto mundo de posibilidades en los que Chile tiene mucho que aportar.

De hecho, en el país se registraban unas 50.000 empresas creativas que daban empleo a aproximadamente 500.000 personas (2008), lo que representa el 5% del total de las empresas del sistema productivo. Además, el crecimiento de las ventas y del número de empresas del sector creativo en nuestro país en el período 2014-2017 fue el doble que en el total de los otros sectores.

La industria creativa en la actualidad significa el 2,2% del PIB en Chile. El Estado, a través de Corfo, planea llevar este registro al 4% del Producto Interno Bruto.

Se trata de una oportunidad enorme y una responsabilidad para el sector público y privado.

¿Por qué? porque la “economía naranja” es más resiliente a los vaivenes del ciclo económico. De hecho, en la crisis subprime de 2008, a pesar de la caída de 12% en el comercio global, el intercambio de bienes y servicios creativos creció 14% anual.

Mientras la discusión en el mercado laboral apunta a la robotización o al reemplazo de tareas por el antiguo modelo de desarrollo, la “economía naranja” apunta a un sector que no se puede reemplazar por máquinas.

Existe una masa crítica en el mundo académico y económico de Antofagasta, Valparaíso, Santiago y Concepción -junto a otros muchos polos educativos a nivel local- que pueden adaptar su oferta y capacidades para “subirse” a este paradigma y salir a competir de manera global, de la mano de uno de los ecosistemas de innovación más vibrantes de América Latina.

Tenemos todo para competir, apalancados por nuestra riqueza cultural y diversidad únicas para promover este tipo de emprendimiento. Ser disruptivos, dinamizar las carreras educativas ligadas a este sector y construir instrumentos de apoyo y fomento para esta industria puede significar un empuje eficaz y adicional para nuestra economía, que nos distinga como país y en la región innovando e inspirando a través de la generación y el desarrollo de ideas únicas.

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