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Navidad sin máscaras: cuidar la salud mental en tiempos de exigencia

Por Dra. Constanza Caneo Robles, Psiquiatra de la Sociedad Chilena de Medicina del Estilo de Vida (SOCHIMEV).

La Navidad suele presentarse como un tiempo para celebrar tradiciones, reencontrarnos con otros y cerrar el año con alegría. Sin embargo, también puede ser una valiosa oportunidad para detenernos y reconocer algo más profundo: nuestra humanidad, con sus límites, fragilidades y necesidades reales.

Desde la experiencia clínica, las fiestas de fin de año resultan emocionalmente complejas para muchas personas. En diciembre confluyen múltiples factores: cierre de ciclos académicos y laborales, estrés financiero asociado a matrículas y compras navideñas, agendas colapsadas por actividades de fin de año y vacaciones escolares, además de condiciones ambientales como el calor extremo. A esto se suman elementos culturales que posicionan la Navidad como un tiempo de alegría y unión familiar. Este punto es especialmente relevante, ya que suele aparecer una discordancia entre cómo nos sentimos —agotados por el cierre del año— y cómo “debiéramos” sentirnos. Esta incongruencia puede derivar en soledad y aislamiento funcional: estamos rodeados de personas, pero no necesariamente conectados emocionalmente. Durante esta época se intensifican síntomas de burnout y depresión, pero también aumentan, de manera más silenciosa, los trastornos de la conducta alimentaria y el trastorno dismórfico corporal. El calor y el inicio de la temporada de playa o piscina implican mayor exposición corporal, lo que acentúa la comparación estética y la angustia frente a ideales de cuerpo poco realistas. Asimismo, se incrementan los trastornos por consumo de sustancias, especialmente alcohol, cuyo uso excesivo está socialmente normalizado en estas fechas.

Existen además dificultades menos visibilizadas, como el impacto de las celebraciones masivas en personas neurodivergentes, para quienes la sobrecarga sensorial, los tumultos y las interacciones sociales intensas pueden resultar particularmente desafiantes.

Las expectativas sociales y familiares también influyen de manera significativa en el estrés emocional. La idealización de la “Navidad perfecta”, con banquetes y regalos que funcionan como medida de cariño o estatus, suele contrastar con realidades familiares diversas y complejas.

No existen familias ni celebraciones perfectas, y la presión por aparentar puede profundizar el malestar. Ojalá esta fecha permita celebrar la familia que somos, con nuestras propias historias, tradiciones y límites.

Es importante estar atentos a señales de alerta: sensación persistente de que la vida no tiene sentido, angustia intensa asociada a la Navidad, reactivación de recuerdos traumáticos o dificultades marcadas para dormir, alimentarse y moverse. Cuando estas funciones básicas se alteran de forma sostenida, es necesario considerar apoyo profesional. Los tratamientos psiquiátricos deben mantenerse con estricta adherencia, y es fundamental evitar el consumo de alcohol al usar psicofármacos.

Existen datos que muestran un aumento de suicidios, accidentes asociados al alcohol y burnout laboral durante estas fechas. Ante ideación suicida, consumo problemático o descompensaciones severas, se debe acudir a un servicio de urgencia. En otros casos, una evaluación médica o psiquiátrica oportuna puede marcar una gran diferencia.

En contextos de duelo o soledad, es válido estar triste. No todas las Navidades son luminosas, y permitirnos sentir también es parte de cuidar la salud mental. Buscar nuevos rituales, mantener tradiciones significativas o generar vínculos comunitarios puede ofrecer contención.

El autocuidado sigue siendo central: mantener horarios de sueño estables, una alimentación equilibrada y movimiento diario orientado al bienestar. Caminar 20 minutos al día puede tener un efecto ansiolítico significativo. Para manejar la ansiedad, recomiendo que en las semanas previas se priorice lo esencial: menos es más. Durante la celebración, es clave considerar las necesidades de cada participante, establecer límites en las conversaciones, regular el consumo de alcohol y respetar los ritmos biológicos, especialmente en niños.

Preparar frases como “prefiero no hablar de eso hoy” puede ser una herramienta concreta de autocuidado. Para cerrar el año, el consejo es bajar las expectativas y habitar el presente. No aspiremos a una fiesta de película, que la meta no sea la euforia, permitámonos vivir y sentir como sea que se dé nuestra Navidad.

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