Hace tres años entró en vigencia la Ley 21.436, la normativa que obligó a los clubes profesionales a contratar formalmente a las jugadoras de fútbol femenino. Su aplicación fue gradual: primero un 50% de los planteles, luego un 75% y, finalmente, este 2025, la totalidad. Hoy, por primera vez en la historia del deporte chileno, el 100% de las futbolistas de primera y segunda división cuenta con contrato laboral vigente.
No es un simple dato. Durante décadas, las mujeres que competían en el fútbol lo hacían sin contrato, sin previsión y muchas veces sin ingresos estables. La ley cambió ese paradigma: reconoció que el fútbol femenino no es un pasatiempo ni una extensión romántica del deporte, sino una profesión que merece derechos, salario y dignidad.
Pero el proceso de profesionalización no ha estado exento de dificultades. Según los informes de la Dirección del Trabajo, entre marzo y mayo de este año se realizaron 35 fiscalizaciones a los 32 clubes del país, con un total de 58 multas que superaron los 154 millones de pesos. Las infracciones más frecuentes fueron la falta de registros de asistencia, carencia de duchas y camarines adecuados, y la ausencia de elementos de protección personal, además de diferencias en las remuneraciones.
Aun así, la fiscalización también refleja algo positivo: el sistema empieza a hacerse responsable. La norma ya no es una formalidad, sino una exigencia que empuja a las instituciones a adaptarse a un nuevo estándar laboral y ético. La profesionalización del fútbol femenino no se trata solo de firmar contratos, sino de construir una cultura deportiva basada en la equidad y el respeto por el trabajo de las deportistas.
El cambio es profundo. Significa comprender que profesionalizar no es solo garantizar un sueldo, sino también invertir en condiciones, infraestructura, formación y salud. Que el rendimiento no surge de la precariedad, sino del bienestar. Y que la igualdad de oportunidades en el deporte no se mide solo en canchas compartidas, sino en derechos laborales y trato justo.
El fútbol femenino chileno ya no es una aspiración simbólica. Es un sector que mueve audiencias, genera identidad y forma parte del desarrollo social y económico del país. Pero su consolidación no puede descansar solo en la voluntad de las jugadoras; debe sostenerse en políticas públicas, recursos y liderazgo institucional.
La ley marcó un antes y un después. Pero ahora el verdadero desafío es convertir la profesionalización en un proceso permanente, no en una meta cumplida. Porque cuando el fútbol femenino dejó de ser un sueño para convertirse en trabajo, también nos recordó que ningún deporte crece realmente mientras una parte de sus protagonistas siga luchando por lo básico: ser reconocidas como profesionales.
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