Psicóloga y académica U.Central
Cada 8 de marzo las calles de Chile se tiñen de morado y verde junto a consignas dolorosas, pero muy reales. Sin embargo, no estamos celebrando, sino que luchando en pos de la memoria de todas aquellas que nos han arrebatado, soñando con una reivindicación de las desigualdades que aún persisten y valorando la resistencia de cada una de nosotras. En un país donde el feminismo ha sacudido estructuras y ha cambiado leyes, pero donde la violencia, la precarización y la brecha de género siguen marcando el día a día, el 8M es más que una fecha: es una urgencia y un llamado a gritos por cambios.
El movimiento feminista en Chile no es algo actual, se remonta al siglo XX con el derecho a voto, la lucha en ámbitos laborales y la marcha mundial del año 2018, dónde a coro se gritaba la letra de las tesis: la culpa no era mía. Cada una de estas luchas ha demostrado que el feminismo es una necesidad: nos queremos vivas.
A pesar de los avances en legislación, como la Ley Gabriela y la Ley de Violencia Integral en proceso, la violencia contra las mujeres sigue siendo una realidad cotidiana. En 2025, aún nos siguen matando. Aún hay mujeres desaparecidas. Aún hay víctimas de femicidio cuya justicia es tardía o, simplemente, nunca llega. La impunidad es la norma y el sistema judicial sigue operando bajo lógicas patriarcales que cuestionan a las víctimas antes que los agresores, entonces nos preguntamos ¿cómo confiar? ¿cómo ayudan a las víctimas? ¿cuándo empieza el proceso de reparación? Es aquí, dónde se debiese entender que marchamos porque no queremos más nombres en la lista de femicidios. Porque exigimos educación con perspectiva de género y políticas efectivas de prevención.
Cada avance en derechos ha venido acompañado de una reacción violenta de sectores conservadores que buscan devolvernos al lugar que ellos consideran “natural”. Hoy, nuestros derechos sexuales y reproductivos siguen en disputa, sin considerar en lo más mínimo la decisión propia o las consecuencias a nivel psicológico y social. La ley de aborto en tres causales es insuficiente y su aplicación sigue llena de obstáculos, mientras la despenalización total del aborto avanza a paso lento en el Congreso.
El Día Internacional de la Mujer en Chile no es una fecha más. Es la voz de miles que se niegan a aceptar la desigualdad como destino. Es la rabia transformada en lucha, la memoria de las que ya no están y la esperanza de un futuro distinto.
Nos dijeron que calláramos, pero gritamos más fuerte. Nos dijeron que esperáramos, pero seguimos avanzando. Nos dijeron que era imposible, pero aquí estamos, derribando muros y construyendo caminos.
Este 8M, y todos los días, seguimos luchando. Porque mientras haya desigualdad, violencia y comportamientos misóginos hacia cada una de nosotras, seguiremos resistiendo como la manada que fuimos, somos y seremos.
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