Teólogo e Ingeniero Civil Informático, capellán Santo Tomás Viña del Mar
El 21 de abril de 2025, la Iglesia Católica comunicó la partida de su pastor, el Papa Francisco, con un pontificado que encarnó la apertura del corazón de la Iglesia hacia las periferias. Su repentina partida no solo marcó la clausura de una etapa, sino que decretó la apertura de un tiempo de espera, un tiempo de silencio confiado, que no era político ni institucional, sino de una profundidad espiritual.
Espera que concluyó el 8 de mayo con un anuncio que hacía eco en el balcón de San Pedro: Habemus Papam. El nombre del cardenal elegido fue Robert Francis Prevost, quien asumió el nombre de León XIV. Un nombre nuevo, una historia nueva, un nuevo rostro para la misma promesa: el Señor no abandona su Iglesia.
Tan solo tres días después de su elección, León XIV presentó una señal de continuidad espiritual y de gratitud al visitar la Basílica de Santa María la Mayor. En un gesto silencioso y profundamente humano, se arrodilló ante la tumba del Papa Francisco y depositó una rosa blanca: símbolo de oración, humildad y gratitud.
También durante estos días, solicitó al mundo renunciar a la guerra y optar por la paz, no con un discurso frío o diplomático, sino como un ruego desde el alma: “Reunámonos; dialoguemos; ¡negociemos!”. Era evidente que hablaba un hombre de oración, que ha mirado de frente la aflicción humana en las periferias del Perú y que ahora lo hace como pastor del mundo.
Durante el cónclave, muchos programas de televisión nacionales trataban el cónclave con una ligereza propia de un panel de farándula: analizando y clasificando nombres de cardenales, como si de un reality show se tratara. Se apostaba, se les marcaba de progresistas o conservadores, se proyectaban agendas, se buscaba señales donde sólo había oración. Pero un cónclave no es una elección política, es un acto de fe. Los cardenales no se reúnen para aplicar un plan de campaña. Los cardenales se reúnen para orar, discernir y para abrir sus corazones al soplo del Espíritu. Por lo mismo, León XIV no ha sido elegido para satisfacer sectores, sino para pastorearnos a todos. Y si sabemos leer, con fe, los signos de los tiempos, descubriremos que Dios, una vez más, ha sido fiel. Y su elección, lejos de dividir, nos invita a unirnos en oración, escucha y docilidad. Porque la historia aún se está escribiendo, y cada uno de nosotros tiene una línea que aportar, siempre y cuando nos dejemos mover por el Espíritu.
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