En el país, un caso de horror y violencia sistémica también impactó a la opinión pública: la condena a presidio perpetuo de un teólogo adventista identificado como M.A.O.B, quien lideró una red de pedófilos para abusar y violar a su hijastra durante diez años.
En 2024, el caso de Gisèle Pelicot sacudió la conciencia mundial frente a la violencia sexual. La francesa, víctima de violaciones sistemáticas bajo sumisión química por cerca de diez años, alzó la voz para exigir que “la vergüenza cambie de bando” y que las víctimas no guarden silencio. Este caso extremo, perpetrado por su esposo Dominique Pelicot y al menos 50 hombres, culminó con condenas de entre 3 y 20 años para todos los acusados. Gisèle enfrentó audiencias públicas en el Tribunal de Aviñón, convirtiéndose en un símbolo feminista global contra la violencia sexual.
El juicio, que inició en septiembre y concluyó en diciembre, marcó un precedente al permitir que las pruebas de los videos grabados por su esposo fueran mostradas en el tribunal. Gisèle decidió enfrentar públicamente a los acusados, asumiendo el dolor de revivir esos momentos con el objetivo de demostrar que la culpa no recae en las víctimas. Su valiente decisión generó un debate profundo sobre el consentimiento y la dignidad en casos de violencia sexual.
En Chile, un caso de horror y violencia sistémica también impactó a la opinión pública: la condena a presidio perpetuo de un teólogo adventista identificado como M.A.O.B, quien lideró una red de pedófilos para abusar y violar a su hijastra durante diez años. Este caso, ocurrido en Chillán, reveló la complejidad de un sistema que permitió la manipulación psicológica de la víctima desde los 8 años y expuso fallos en la investigación que permitieron que un cómplice clave continuara libre.
“Que la vergüenza cambie de bando”
Gisèle Pelicot enfrentó un juicio en el que las defensas de los acusados intentaron minimizar responsabilidades y cuestionar el consentimiento. En respuesta, ella mostró los videos grabados por su esposo y declaró que “la vergüenza debe cambiar de bando”. Su mensaje resonó más allá de Francia, inspirando a víctimas de todo el mundo a romper el silencio.
En Chile, la joven de Chillán, ahora de 18 años, también afrontó un difícil camino para obtener justicia. Los abusos sufridos durante una década fueron normalizados por su agresor principal, quien utilizó su rol de padrastro y su influencia religiosa para someterla psicológicamente. Este caso demuestra cómo las víctimas pueden ser aisladas y manipuladas, dificultando aún más su posibilidad de denunciar.
En el caso chileno, aunque 14 personas fueron condenadas, un cómplice clave identificado por la víctima como “el peor de todos” nunca fue formalizado y continúa libre, trabajando en establecimientos de salud. Este hecho contrasta con el desenlace del caso Pelicot, donde todos los responsables identificados fueron llevados ante la justicia. La ausencia de este involucrado en el juicio chileno deja una herida abierta en la búsqueda de justicia para la víctima.
Lecciones de ambos casos
Ambos casos subrayan la urgencia de una justicia que priorice a las víctimas y no cierre los procesos hasta inculpar a todos los responsables. Gisèle Pelicot declaró al final de su juicio: “Pienso en las víctimas no reconocidas cuyas historias permanecen en la sombra. Compartimos la misma lucha”. En Chile, la joven de Chillán representa también esa lucha, una que exige justicia integral y la promesa de que la vergüenza y la impunidad nunca más recaigan en las víctimas.
Además, ambos casos resaltan la importancia de que las instituciones judiciales y policiales actúen con celeridad y exhaustividad, para garantizar que todos los responsables enfrenten las consecuencias legales de sus actos. También invitan a la sociedad a cuestionar las estructuras que permiten que estos crímenes ocurran y a promover un cambio cultural que priorice la dignidad y los derechos de las víctimas sobre cualquier otra consideración.
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