Director Nacional de Formación Integral
Universidad San Sebastián
En la actualidad, el poder -político, económico o cultural- se despliega cada vez más en un ámbito cibernético con medios electrónicos y normas informáticas. Sin embargo, nos enfrentamos a una paradoja inquietante: el creador de la inteligencia artificial, el ser humano, se ve amenazado por su propia criatura, en una historia que evoca la de Frankenstein. ¿Tiene sentido temer a un computador inteligente? Más aterrador aún es imaginar a humanos manipulando perversamente la IA para dominar a sus congéneres.
La irrupción de este conjunto de tecnologías que permite a nuestros computadores “ver”, “hablar”, “escribir” e incluso “engañar” genera una multitud de preocupaciones sobre cómo influirá la IA en nuestra vida cotidiana, especialmente en las relaciones humanas. ¿Qué tan honestos serán los encuentros a través de chats inteligentes? ¿Qué calificativo se le dará a la creación artística, literaria o periodística producida con la ayuda de ChatGPT? ¿El usuario de Tinder será realmente tan amoroso como afirma ser? Al respecto, la Universidad de Waterloo en Canadá realizó este año un estudio en el que señaló que el 40% de los voluntarios no fue capaz de diferenciar si la imagen era real o creada por IA.
Es indudable que poseemos un gran “poder” creativo, se trata de una herramienta extraordinariamente útil para mejorar la actividad humana. Sin embargo, su adecuado manejo dependerá del uso de la libertad y del sentido auténtico de la responsabilidad asociado a ese “poder”. Incorporar valores éticos en los algoritmos de la IA es, en cierta medida, una manera de evitar las preocupaciones apocalípticas que algunos advierten ante una IA desenfrenada, libre de restricciones en un contexto de toma de decisiones.
La desinformación y las fake news proliferan en audios, avatares y textos, todas con el potencial de romper amistades y desestabilizar gobiernos y democracias. Stephen Hawking advirtió que la IA podría ser el peor error de la humanidad si no se maneja con precaución. Elon Musk firmó una carta solicitando una pausa en el avance de la IA, mientras que Bill Gates admitió que la inteligencia artificial podría llegar a ser lo suficientemente poderosa como para convertirse en una preocupación seria. Sabemos que el doctor Frankenstein se sintió profundamente culpable por haber creado una criatura que causa sufrimiento y destrucción. Se preocupó por la responsabilidad moral de sus actos, al darse cuenta de que no previó las consecuencias de su ambición científica.
Lo que distingue al ser humano es su capacidad ética, una cualidad que, aunque una máquina puede simular, jamás podrá poseer. La responsabilidad de una máquina “malvada” recae en su creador, no en la máquina misma. Aunque la IA puede potenciar el progreso humano, no lo hará de manera espontánea; depende de la razón humana guiarla. En definitiva, la IA será lo que el ser humano decida que sea, ya que, en palabras del filósofo alemán Hans Jonas, “El hombre es el único ser que puede hacer del bien y del mal una cuestión de su elección”.
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