Para regular la utilización de aparatos electrónicos resulta clave diferenciar el objetivo de incorporarlos y tener en cuenta que el cerebro de menores bajo los 10 años está aún estableciendo conexiones neuronales.
El debate sobre el uso de celulares por parte de menores de edad ha derivado en proyectos que buscan su regulación al interior de espacios como las salas de clases debido a que afectan el aprendizaje, generan distracción (e incluso en algunos casos, adicción) y problemas de concentración.
Recientemente, la Municipalidad de Las Condes en la región Metropolitana anunció que, a partir del segundo semestre, siete colegios municipales tendrán prohibido el uso y porte de teléfonos móviles durante la jornada. Si bien la prohibición es diferenciada de acuerdo con el nivel escolar, la medida reafirma la alerta respecto a cuál es el impacto a nivel educativo y emocional de este tipo de aparatos.
Sobre esto, la psicóloga y académica de la Facultad de Psicología y Humanidades de la Universidad San Sebastián (USS), Ximena Rojas, explica que “el uso excesivo de celulares y de pantallas interactivas afecta el aprendizaje, concentración, memoria y sobre todo la auto regulación emocional de los estudiantes, no solamente por un tema de dependencia sino también porque el cerebro de los niños y adolescentes en edad escolar está aún en formación”.
La auto regulación emocional tiene relación con el manejo óptimo de las emociones, es decir, cuando un individuo transforma una situación altamente estresante en algo que puede ser controlado para así mantener un equilibrio mental y afectivo.
Respecto al uso de pantallas, la académica USS agrega que el lenguaje y código digital ya es parte de la vida diaria y que el uso de pantallas puede ser una buena herramienta “en la medida que exista una mediación y no un el libre uso, ya que, además, podría provocar problemas de segregación entre los niños respecto al tipo y calidad del aparato que manejan”.
A nivel educativo, la psicóloga señala que ante la regulación “es importante entender que no es prohibir por prohibir, sino que se debe educar sobre el uso que se le da al aparato y cuál es su objetivo porque cuando el aula incorpora tecnología o inteligencia artificial se ve favorecida cuando está bien utilizada”.
Para Juan Ignacio Rodríguez, filósofo y director de la Escuela de Humanidades USS, la exposición a pantallas tiene una multiplicidad de miradas como lo es la psicológica, políticas educativas, pedagogía y neurociencia. Sin embargo, destaca que existe una “arista que en cierto sentido es la fundamental, porque atañe de modo directo a aquello que nos define como seres humanos y que, dice relación, con esa capacidad de estar con nosotros mismos y habitar un mundo interior”.
Lo anterior se relaciona directamente con la formación de niños y jóvenes, ya que “en la medida que entendemos que educar es humanizar, es decir, acompañar al educando en el despliegue de sus capacidades humanas y lo fortalecemos para que pueda hacer libre y buen uso de esas capacidades, quedamos desafiados a contribuir para que ese mundo interior sea un lugar conocido y poseído. No debemos olvidar que celulares y pantallas son en sí mismos neutros en cuánto herramientas, y que lo importante es el uso que le demos en favor o no del bien de las personas”, cierra Rodríguez.
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