Categorías: LOS LAGOS

Día de la persona mayor

Guillermo Tobar Loyola

Director Nacional de Formación Integral

Universidad San Sebastián

La vida humana transcurre en una constante sucesión de tiempo y espacio, una danza infinita que entrelaza momentos y lugares para construir nuestra historia. La vejez, lejos de ser un ocaso, representa la edad madura de un tiempo que no ha pasado en vano y de un espacio habitado en primera persona. Es el reflejo de una trayectoria única, un capítulo de plenitud donde la experiencia y la serenidad convergen.

Cada hora del día y cada rincón que ocupamos nos recuerda que somos protagonistas de una escena irrepetible. Cada instante vivido es un acto único de nuestra obra personal, y las escenas vitales se suceden con la certeza de que no habrá segundas tomas. En esta narrativa, el paso del tiempo no solo acumula años, es posible esculpir vivencias, aprendizajes, relaciones y emociones que transforman la vida en una verdadera escuela de madurez.

La vida, en su esencia, es como un tejido multicolor en la que interactúa una trama de experiencias, buenas y malas, cuyos matices varían según las fibras que utilizamos. Al final, lo importante no es la calidad de cada hilo, sino que el tejido resulte en una prenda digna y funcional o que el lienzo refleje el esfuerzo y la belleza de una vida bien vivida.

La vejez, en este sentido, no es más que una etapa natural, pero profundamente significativa. Es una etapa de plenitud, donde la armonía con uno mismo y con los demás cobra un nuevo significado. Las personas mayores poseen la capacidad de comprender que, en lo pequeño, reside el fundamento de lo grande, y que no toda urgencia es esencial.

El aprendizaje en la vejez no solo es posible, sino profundamente valioso. Iniciativas como talleres de pintura, lectura, juegos, clases o conferencias universitarias revelan la entrega y entusiasmo de las personas mayores, demostrando que el tiempo no es un límite, sino una oportunidad.

Así, la vejez se convierte en motivo de orgullo, y sus señales visibles –las canas y las arrugas– son símbolos de sabiduría y esperanza. Porque el tiempo y el espacio no son solo coordenadas abstractas, en realidad son las claves para comprender el presente, recordar el pasado y mirar al futuro con renovado entusiasmo.

La plenitud de la vida no radica en su duración, sino en la intensidad con la que se vive. Por eso, cada etapa, y especialmente la vejez, debe celebrarse como un triunfo de la existencia, un testimonio de que hemos sabido tejer con el hilo del tiempo, una historia que vale la pena contar. “Y si fuego es lo que arde en los ojos de los jóvenes -como señaló Víctor Hugo-, luz es lo que vemos en los ojos del anciano”.

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