El reciente accidente en Torres del Paine es un nuevo llamado de atención respecto de la necesidad de educación, reflexión y acción sobre cómo nos enfrentarnos a los riesgos inherentes a la naturaleza. No solo desde la visión del excursionista, también desde la autoridad y la sociedad. Este tipo de travesías requieren de una preparación rigurosa y de una comprensión clara de los factores que pueden incidir en la seguridad de quienes se aventuran en estos espacios.
El ecoturismo implica una interacción constante con entornos cambiantes, como lo demuestra el clima impredecible de la región de Magallanes. Las condiciones meteorológicas en esta y otras zonas pueden variar drásticamente en un solo día, y sin la información precisa y la preparación adecuada, las consecuencias pueden ser fatales.
Quienes practicamos el trekking, conocemos la famosa matriz 3×3 (ideada por Werner Munter, adaptada a diferentes contextos de actividades de naturaleza) que describe las tres áreas clave a evaluar antes de emprender una excursión: las condiciones climáticas, el terreno y el factor humano. Conocer y contar con lo necesario en cada uno de estos aspectos debería ser el estándar que todo excursionista siga antes de aventurarse en un recorrido como el de Torres del Paine.
El reciente incidente también pone en evidencia la importancia de la presencia de guías capacitados. Si bien no es obligatorio contar con un guía en todos los recorridos, especialmente fuera de temporada, la presencia de expertos que conozcan el terreno y los peligros potenciales puede marcar la diferencia entre una excursión segura y una tragedia. Los guías no solo proporcionan información valiosa sobre la ruta y el entorno, sino que también ofrecen una capa adicional de seguridad en momentos críticos. En este caso, la falta de guía en un entorno tan exigente nos muestra la necesidad de protocolos más estrictos en cuanto a la supervisión y acompañamiento de los excursionistas.
En este sentido, la cultura de prevención y educación en ecoturismo debería ser tan robusta como la que ya existe para otras actividades de riesgo. Los excursionistas deben ser educados no solo sobre las rutas y el equipo necesario, sino también sobre los riesgos específicos de cada entorno, como el viento en la zona austral o los posibles deslizamientos en rutas de alta montaña. Además, las autoridades y las empresas de ecoturismo deben trabajar más estrechamente para mejorar la comunicación de alertas meteorológicas y garantizar que las rutas sean aptas para los excursionistas en términos de su capacidad física y experiencia.
Una mayor transparencia sobre los accidentes ocurridos también es clave. La falta de información detallada y abierta sobre los fallos en la gestión de la seguridad de los excursionistas impide aprender de los errores y aplicar mejoras. En países como Estados Unidos o Canadá, por ejemplo, los accidentes en áreas naturales son objeto de exhaustivas investigaciones públicas, cuyos resultados se utilizan para fortalecer las políticas de seguridad y educación. Es hora de que Chile adopte un enfoque similar, especialmente en áreas de gran afluencia turística como Torres del Paine, donde la importancia de mantener la seguridad no solo recae en el excursionista, sino también en las autoridades encargadas de la gestión del parque.
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