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Antes de la llegada de los observatorios, los pueblos del desierto de Atacama ya leían el cielo

En el Día Nacional de los Pueblos Originarios, el astrónomo e investigador de la UNAB, Dr. Patricio Lagos Lizana, explica como quechuas y aimaras en el norte de Chile observaron, interpretaron y dieron significado al cielo, desde los mismos territorios donde hoy se concentra gran parte de la actividad astronomía mundial.

En el norte de Chile, antes de la llegada de telescopios y observatorios internacionales, ya existía una relación sistemática entre el cielo y la vida terrestre. Los pueblos originarios del altiplano andino, particularmente las comunidades quechua y aimaras, desarrollaron un conocimiento astronómico estrechamente vinculado a sus prácticas agrícolas, ganaderas y rituales. A través de la observación precisa del firmamento, elaboraron una interpretación compleja del universo basada tanto en la experiencia cotidiana como en una cosmovisión estructurada.

Patricio Lagos, astrónomo e investigador de la Universidad Andrés Bello, se ha especializado en el estudio de la evolución de galaxias y, al mismo tiempo, siente una profunda curiosidad por la relación entre los pueblos originarios y el cielo. Lagos explica que en el hemisferio sur, el cielo nocturno presenta configuraciones distintas a las conocidas por las culturas clásicas del hemisferio norte.

En las alturas del altiplano andino, dado Lagos, las comunidades precolombinas no solo reconocieron figuras luminosas formadas por las estrellas o constelaciones, sino también regiones oscuras, delineadas por los vacíos visibles en la Vía Láctea. “Una característica destacada de estas culturas andinas es la descripción de dos tipos de constelaciones: las brillantes (…) y las oscuras, formadas por las regiones de gas y polvo de la Vía Láctea”, indica.

Zorros y llamas en las estrellas

Mientras la astronomía actual describe estas zonas como regiones densas de hidrógeno molecular y polvo, donde se gestan nuevas estrellas, los pueblos del altiplano reconocían allí formas familiares: la llama (Yakana), el zorro (Atoq), el pastor (Michiq). “La interpretación del cielo, naturalmente, se basa en el entorno y en la experiencia cotidiana de esos pueblos”, observa Lagos. La aparición de estas figuras no solo tenía un valor simbólico; cumplirá una función en el calendario agrícola y ganadero. “La presencia de crías de llamas en el cielo simbolizaba el inicio de un nuevo ciclo de vida”, señala.

El surgimiento de la constelación de la llama indicaba el momento de trasladar los animales hacia nuevas tierras de pastoreo. Willkawara, la estrella más brillante del cielo —conocida hoy como Sirio—, también actuaba como señal para cambios estacionales. La Vía Láctea, o Hatun Mayu, era entendida como el gran río sagrado, reflejo celeste de Willka Mayu en la Tierra. Esta relación entre el cielo y la geografía andina estructuraba la vida comunitaria y reforzaba la conexión entre los ciclos cósmicos y los ciclos vitales.

La Chakana, la cruz andina, identificada hoy como la constelación de la Cruz del Sur, orientaba los desplazamientos por el altiplano e indicaba el sur. Pero su rol no era únicamente práctico: sostenía una dimensión ritual y cosmogónica que organizaba el espacio y el tiempo según principios culturales propios.

Para Lagos, lo relevante no es la diferencia entre el conocimiento ancestral y el moderno, sino el impulso común de comprender el mundo. “Lo que resulta realmente sorprendente no es la diferencia entre lo que conocemos desde la ciencia moderna y las interpretaciones de los pueblos antiguos (…) sino las similitudes en la forma en que ambos, en sus respectivas épocas y con sus conocimientos, buscaron y explicarán entender los fenómenos naturales y el mundo a su alrededor a través del cielo.”

Especialistas en el estudio del conocimiento astronómico de los pueblos originarios, o arqueoastronomía, han indagado mediante el análisis cultural de estructuras o monumentos, el arte rupestre, los artefactos, las creencias y los textos antiguos cómo las civilizaciones antiguas y sus descendientes comprendían y representaban los fenómenos astronómicos, lo que hoy nos permite conocer más acerca de su cultura.

Hoy, el cielo del desierto de Atacama continúa siendo observado con detenimiento. La nitidez de su atmósfera y su baja contaminación lumínica (actualmente en peligro) han convertido la región en un nodo astronómico mundial. Pero mucho antes de que llegaran los grandes telescopios, ese cielo ya había sido interpretado con precisión. El conocimiento astronómico actual. no idealiza ni minimiza esas observaciones, sino que las reconoce como una forma legítima de construir conocimiento desde la experiencia directa con el entorno, donde el cielo funcionaba como calendario, brújula y relación.

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