Cuando conversamos respecto del aprendizaje en matemáticas, especialmente en la educación superior, el diálogo se centra en contenidos, métodos y evaluaciones. Sin embargo, hay un aspecto igual de crucial, y muchas veces olvidado: el ambiente emocional, social y cooperativo que vive el estudiantado en el aula. Y este no es un factor marginal, sino un terreno fértil que, si se cultiva con intención, puede transformar por completo la experiencia de aprender.
Recientes investigaciones dan cuenta del papel determinante de las emociones en el aprendizaje. No es lo mismo enfrentarse a una ecuación con ansiedad que con curiosidad. Las emociones positivas – confianza, alegría, interés – fortalecen los procesos cognitivos; las negativas – miedo, frustración, desánimo – los bloquean. Pero estas emociones no surgen en el vacío: son modeladas por el entorno y las relaciones interpersonales que se dan en el aula.
El vínculo social es otro pilar fundamental. Aprendemos con otros, a través de otros y gracias a otros. El aislamiento académico genera barreras invisibles que dificultan el avance. En cambio, un aula donde se fomenta el respeto, el diálogo y el apoyo mutuo propicia aprendizajes más significativos y duraderos. En esta línea, la cooperación merece un lugar destacado. Numerosos estudios demuestran que cuando los estudiantes colaboran genuinamente – compartiendo ideas, resolviendo problemas en conjunto, enseñándose entre pares – no solo mejoran sus resultados académicos, sino que también desarrollan habilidades sociales, empatía y un sentido de comunidad que va más allá de la materia.
El gran desafío es que nada de esto ocurre por casualidad, sino más bien, es una tarea que debemos intencionar. No basta con esperar que las emociones sean positivas, que los lazos sociales se tejan espontáneamente o que la cooperación surja por sí sola. Requiere de estrategias pedagógicas deliberadas: dinámicas que generen confianza, actividades colaborativas bien diseñadas, un clima de aula que celebre el error como oportunidad de aprendizaje y que valore la diversidad de miradas. Por ello, es necesario reconocer la potencia de este triángulo emocional, social y cooperativo, porque cuando nos ocupamos de estos aspectos, estamos no solo enseñando matemáticas (o cualquier otra disciplina), sino formando personas más resilientes, creativas y solidarias.
El aula no es solo un lugar para transmitir contenidos: es un espacio para tejer redes humanas que potencian el aprendizaje. Y como toda red, requiere de tiempo, cuidado y, sobre todo, intención.
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