La resistencia al cambio es parte de la historia de la humanidad. Cada hito que ha desafiado el status quo ha estado marcado por la oposición de quienes prefieren apegarse a lo conocido, antes que confiar en una nueva teoría o en una forma distinta de hacer las cosas.
Hace algún tiempo se desató una verdadera polémica en nuestro país al hacerse públicos los mensajes de un notario que -negándose a la digitalización- le comentó a una colega que “nadie tiene vocación de notario”. No podía estar más equivocado.
A la fecha, son varios los ministros de fe que discrepan con el argumento de su “colega”, que aseguró que el “lucro” era lo que movilizaba a las notarías. Así lo demuestran quienes, hasta la fecha, siguen utilizando la firma electrónica para realizar diversos trámites, entregando un mejor servicio, más rápido y que mejora la calidad de vida de las personas, al evitarles filas y traslados.
La “vocación de notario” existe y se refleja en la certificación y protocolización notarial 100% en línea de miles de contratos. Pero, como ha sucedido frente a cualquier cambio histórico, tampoco han faltado quienes continúan resistiéndose a la transformación. Sin importar la razón, la era digital no se detendrá y quienes elijan mantenerse en la estación de procesos obsoletos y engorrosos, simplemente, se quedarán atrás.
La adopción de nuevas tecnologías en el ámbito notarial no solo favorece la accesibilidad y la productividad, también se alinea con la urgente necesidad de mitigar el impacto de las actividades productivas, el transporte y el consumo de los millones de litros de agua que requieren los árboles utilizados en la fabricación de papel. Sin embargo, aún queda camino por recorrer y resistencia por vencer.
La firma electrónica -regulada por la Ley 19.799 del año 2002- había sido subutilizada hasta la pandemia, desatada luego del primer brote de COVID-19 en el mundo, a fines de 2019. Pero, todo cambió cuando tuvimos que encerrarnos en nuestras casas, debido a las restricciones que buscaban disminuir los contagios.
En los últimos cuatro años, más de 1 millón de firmantes han elegido el cambio, sustituyendo la firma de puño y letra en papel por la comodidad y seguridad que ofrece la firma electrónica.
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