Agnieszka Bozanic
Académica investigadora Psicología de la U. Andrés Bello, sede Viña del Mar
Presidenta Fundación GeroActivismo
Por décadas, el feminismo ha alzado la voz contra la desigualdad de género, pero hay una brecha que aún se mantiene invisible: la discriminación hacia las mujeres mayores. Nos enseñaron que la vejez es un terreno de resignación, donde las luchas dejan de ser nuestras porque “ya pasó nuestro tiempo”. Pero ¿acaso la desigualdad tiene fecha de caducidad?
Las mujeres mayores siguen enfrentando violencia económica y sexual dentro del matrimonio, precarización del trabajo, exclusión digital, invisibilización como personas sexuales y por ende sus derechos, carga desproporcionada de cuidados no remunerados e inclusión en temáticas como la educación sexual integral. La lucha feminista no puede detenerse en la adultez, porque la vejez no nos exime de esa injusticia.
No es casualidad que, en cada 8 de marzo, la presencia de mujeres mayores en las marchas sea más bien acotada. No porque no quieran estar, sino porque el mensaje dominante sigue dejando afuera sus necesidades. El feminismo debe hacer suyas también las reivindicaciones de las vejeces femeninas, porque sin ellas, la lucha sigue incompleta. Muchas de ellas no pueden marchar por enfermedades, dependencia o porque siguen sosteniendo el trabajo de cuidados que, incluso en la vejez, sigue recayendo en ellas. El feminismo no puede darse el lujo de dejar fuera a quienes han construido caminos de resistencia antes que nosotras. Por lo mismo necesitamos pensar en formas de activismo y protesta que también las incluyan, desde intervenciones en plazas y barrios hasta redes de apoyo y visibilización de sus voces en los espacios públicos.
Aquí es donde el gerofeminismo se vuelve fundamental. No basta con luchar por la igualdad de género sin considerar cómo el sexismo y el viejismo se entrecruzan, precarizando aún más las vidas de las mujeres mayores. Si el feminismo no combate también la discriminación por edad, deja fuera a millones de mujeres que han sido silenciadas por partida doble.
Digo con fuerza: no hay edad para la lucha feminista. La igualdad debe alcanzarnos en todas las etapas de nuestra vida. Y para eso, es hora de sumar las voces de quienes llevan décadas resistiendo, pero a quienes pocas veces se les pregunta qué necesitan, qué desean y qué sueñan. Nadie se jubila de esta lucha, porque apenas comienza.
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