La joven ciudad del viaducto del Malleco fue escenario de banderas, desfiles y celebraciones que reflejaron tanto el espíritu de progreso como las tensiones sociales de la época.
En 1910, cuando todo Chile se preparaba para celebrar los cien años de la Independencia, Collipulli vivía un momento de transición. Era una ciudad joven, marcada por la presencia militar y la vida ferroviaria que comenzaba a darle un aire de modernidad. La estación de tren, con sus locomotoras humeantes, se transformaba en el corazón de la comuna, punto de encuentro para comerciantes, viajeros y vecinos que miraban con esperanza el porvenir.
Las calles de tierra, bordeadas de casas de madera, se adornaron con banderas y guirnaldas. En la plaza, el municipio junto a las escuelas públicas y el colegio de los franciscanos organizaron actos solemnes: discursos patrióticos, himno nacional interpretado por la pequeña banda local y un desfile de escolares con estandartes tricolores bordados por las madres.
Aunque las noticias tardaban en llegar desde Santiago, los diarios que viajaban en tren transmitían el entusiasmo de los grandes desfiles y banquetes. En Collipulli, las fondas ofrecieron chicha, empanadas y asados al aire libre en los barrios más humildes, mientras que en las casas acomodadas se realizaron tertulias con música de piano y brindis por la patria.
El Viaducto del Malleco, inaugurado más de veinte años antes, era el símbolo del progreso que llenaba de orgullo a los collipullenses y daba un sentido especial a quienes lo cruzaban rumbo al sur en esos días de celebración.
Sin embargo, el Centenario no estuvo exento de contrastes. La comunidad vivía aún con carencias de servicios básicos, el duro trabajo en el campo y el ferrocarril, y las huellas recientes de la ocupación militar del territorio mapuche. Aun así, el 18 de septiembre de 1910 la plaza central se colmó de vecinos que participaron en un Te Deum en la parroquia inaugurada en 1892 y luego en un desfile donde se mezclaron escolares, autoridades y sociedades de artesanos.
La ceremonia fue encabezada por dos alcaldes: Félix Picasso, que finalizaba su periodo, y Abelardo Isla, quien asumía tras las festividades. Para muchos collipullenses, fue la primera vez que sintieron formar parte de una historia mayor: la de un país que cumplía su primer siglo de vida independiente.
Así, entre banderas flameando, copas alzadas y sueños compartidos, Collipulli vivió con fuerza y esperanza su propio Centenario de la Patria, reflejando en pequeña escala el espíritu que vibraba en todo Chile.
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